miércoles, 30 de diciembre de 2009

ANTONIO JOSÉ

Permitidme un inciso en mis relatos viajeros a tierras extremeñas, porque deseo hacer un poco de justicia y contar algo sobre un músico español al que se ha tratado injustamente. Ha sido relegado al olvido, no sólo como compositor, sino como ciudadano y, desde aquí, quiero rendirle un modesto pero creo que merecido homenaje, ahora que es tiempo de memoria histórica. Su nombre: Antonio José.

Hace ya algún tiempo, al revisar unos apuntes sobre un compositor ruso, apareció el nombre de Antonio José. Normalmente habría seguido con mi trabajo, pero me pareció que debía detenerme; ese nombre no me era del todo ajeno.

Tras darle vueltas al asunto, logré recordar algo. Es una historia curiosa: resulta que mi abuela paterna, mujer muy aficionada a la zarzuela y la música popular y folclórica, era de Burgos, de la misma ciudad que Antonio José Martínez Palacios, que ese era el nombre completo de nuestro compositor y, alguna vez, cuando estaba de visita en casa, la oí comentar con mi padre (asimismo burgalés) algo sobre la mala suerte que tuvo (Antonio José) y su triste final.
Me parece, aunque esto no lo puedo asegurar con certeza, que ella incluso llegó a conocerlo personalmente en el casino burgalés.

Reconozco que nunca me preocupó saber entonces, ni más adelante, cuando empezó a consolidarse mi afición y mi interés por la música, quien era el tal Antonio José. Sencillamente, y ahí está el quid de la cuestión, lo olvidé y, salvo ese vago recuerdo de un comentario aislado, que además no iba dirigido a mi, nadie me dijo nada más.

Hoy, cuando han pasado más de cien años de su nacimiento (12-XII-1902), Antonio José Martínez Palacios o, simplemente Antonio José, es un genio que aún espera que se le haga justicia.

Basta, todavía hoy, consultar libros de música, enciclopedias etc. para constatar este olvido oficial, como muy bien apuntó en su día el ilustre crítico y musicólogo Andrés Ruiz Tarazona (“El País” 4 de diciembre de 1977).


Han pasado casi 30 años y seguimos igual. Que yo sepa ni siquiera tiene una calle en su ciudad natal tan pródiga en dar calles a algunos elementos del pasado.
En resumen que, tal y como mi abuela dijo, había tenido un final bastante triste, pues fue fusilado en Burgos entre el nueve y el once de octubre de 1936, como consecuencia del Glorioso Alzamiento Nacional del general Franco y otros que como él, si tienen o tuvieron hasta hace muy poco, céntricas calles en la capital castellana (Dávila, Vigón, Queipo, Mola, Sanjurjo y por supuesto el citado Generalísimo).

Pero lo más triste es que de Antonio José apenas queda, no ya sólo una simple calle, sino ni siquiera memoria musical. Sus obras apenas se han editado -se lo olvidó deliberadamente- y sólo a partir de la década de 1980 se ha publicado alguna cosa pero sin que se haya insistido mucho en ello.

Así que encontrar hoy alguna grabación de este compositor es verdaderamente un milagro. Yo lo he intentado y, por ahora, he tenido escaso éxito.

Sé, a ciencia cierta, que existe una grabación de su Sinfonía Castellana editada por Naxos y otra de Guimbarda con una recopilación de temas castellanos que fue editada nada menos que en 1981, según una noticia que en su día publicó el diario “Pueblo”, ese que cerró el Sr. González Márquez, el de los 800.000 puestos de trabajo. El grupo burgalés Orégano es el afortunado responsable de ese trabajo.

Una muy estimada amiga y colaboradora en mis investigaciones sobre el personaje, me ha dicho que en alguna biblioteca pública de Madrid se pueden escuchar algunas cosas. (Gracias Nati).
¿Qué más sabemos de la vida y milagros de Antonio José Martínez Palacios? Pues ya digo que muy poco. Uno de los aspectos que más sobresale es que fue un estudioso y un recuperador de la música tradicional castellana, especialmente de la que corresponde a la provincia de Burgos.

Tal vez sería exagerado decir que fue un niño prodigio, como el bilbaíno Juan Crisóstomo Arriaga, al que algunos llaman el Mozart español, pero, en todo caso no deja de ser notable que, ya a los 12 años, fuera capaz de componer una obra para piano titulada “cazadores de Chiclana” que es, evidentemente su primera composición conocida. Fue, en mi opinión, lo más parecido a un niño prodigio.

Por cierto, no me resisto a hacer un inciso de los míos. No entiendo por qué llaman a Arriaga el Mozart español, cuando lo más lógico sería llamar a Mozart el bilbaíno austriaco. En fin allá ellos...

También es meritorio que, siendo como fue, de un origen social bastante humilde -su padre tenía una confitería llamada (premonitoriamente) la “Rojilla”, cerca de la Plaza Mayor de la capital- pues tuviera el interés suficiente para estudiar música. Si ya esto es hoy un mérito significativo en un país como el nuestro, pensemos en la atrasadísima España de principios del siglo XX.

En fin que sus primeros estudios los hizo en Burgos, con dos maestros locales y, a partir de los 17 años, se dedicó con exclusividad a la música. Consiguió una beca para estudiar en Madrid, actividad que realizó entre 1920 y 1924 y es precisamente en esa época, cuando compone la sinfonía (Castellana) a la que me referido antes, es decir con unos 20 años.

Unos dos años antes, con tan sólo 18, fue nombrado director titular del Teatro de la Latina, en Madrid. Este teatro que todavía existe, era entonces y no sé si lo es aún hoy, un local dedicado esencialmente a la revista musical y vodevil.

No parece que la dirección de esa orquesta fuera demasiado del agrado del maestro quien deseaba orientar sus pasos musicales por otros senderos. Podríamos decir que también fue un adolescente prodigio porque ser director con tan corta edad no es frecuente.

Y, por ahora, dejaré aquí la historia…


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lunes, 28 de diciembre de 2009

UN ARCO Y UN MONASTERIO

José Saramago opina que hay una gran diferencia entre del turista y el viajero. El primero pasa por los sitios y en el caso del segundo los sitios pasan por él. Por supuesto, esto que transcribo no es literal, pero creo que la idea es más o menos esta y, si hay alguna duda basta, con consultar su obra, muy recomendable por cierto, viaje a Portugal pues en ella donde se alude a tal cuestión.

Evidentemente en 1970 no tenía yo la más mínima idea de la existencia del lusitano, ni de su atinada definición, que llegaría a mi conocimiento bastantes años más tarde.

Pero, ahora, al remover los recuerdos sobre aquel viaje a Extremadura, creo que, en el fondo, de lo que se trató por parte de mi padre fue fomentar, más que la idea del turismo, la del viaje. Es decir, captar, aprehender cada lugar, cada persona, que salía al paso. En definitiva que quedara en la memoria.

Y, quizá por este motivo, es por lo que la estancia en Cáceres se convirtió en un recorrido ameno, de la mano del compañero, cuyo nombre lamentaré siempre haber olvidado. Retengo en mi reminiscencia, que además de llevarnos al monumento que a él le parecía más interesante, daba una concisa explicación de por qué le parecía importante y además con una explicación brillante, acompañado de las cigüeñas de las que había una notable y nutrida representación..

Han pasado muchos años, después he vuelto a Cáceres en más ocasiones, y sería absurdo que ahora me pusiera a relatar las excelencias, que son muchas, de la capital extremeña. Sería además una falsedad porque, de ese primer viaje, sólo tengo recuerdos muy precisos de tres cosas: el arco de la estrella, los paseos por la ciudad vieja y el Monasterio de Yuste.

Del primero, evidentemente, por su extraña construcción y del segundo por que me sirvió para hacer realidad una parte de la historia de España que, al igual que la geografía, se limitaba al consabido libro de SM.

Claro, recordaba que Carlos I de España y V de Alemania se había retirado a Yuste a pasar sus últimos días. Pero, hasta que contemplé Yuste, no comprendí el sentido exacto de lo que significó para aquel que había sido tan poderoso el retiro.

Por cierto que en el monasterio ocurrió una anécdota curiosa. Nuestro guía explicó que, pese a la voluntad de Emperador de Occidente, de permanecer al margen de las cuestiones mundanas, de vez en cuando se sentía espoleado por el agujón perturbador de la carne (la frase es mía) y por un pasadizo, se supone que entonces secreto, subían hasta la cámara regía algunas mozas del lugar a alegrar al César Carlos.

Por supuesto, mi madre, ferviente católica, no pudo por menos que criticar severamente la hipocresía del rey, aunque reconoció, con bastante enojo, que era muy posible que tal hecho fuera cierto. El resto de los presentes, por supuesto, lo aceptamos como verdad histórica y perdonamos la debilidad real.

La Cámara Regia, un cuarto pequeño, absolutamente decorado con telas de color negro y con un ventanuco por donde apenas entraba la luz. Verdaderamente impresionante, tal interés por lo tétrico, tan típica de la dinastía austriaca, tan católica e intolerante.

Verdaderamente no debía ser Yuste en aquel tiempo un lugar agradable para vivir.

Y poco más puedo añadir, salvo que me llamó la atención también el nombre que le daban a unas cosas señoriales llamadas de los golfines, nombre que me hizo gracia… golfines, y encima los había de arriba y de abajo.

La siguiente etapa nos llevará directamente a Mérida.


jueves, 24 de diciembre de 2009

MIGUEL HERNÁNDEZ

Correría el verano de 1971 cuando conocí a la que durante muchos años iba a ser mi pareja (entonces se decía novia), en uno de esos guateques que se organizaban en esos años y en la que nos reuníamos para escuchar un poco de música, beber alguna copa de más y, si había suerte, tener algún roce con alguien del sexo contrario.

Recuerdo que, entre los pocos LP que esta chica tenía, porque no eran tiempos en los que anduviésemos sobrados de algo, ni siquiera de libertad, había uno de Paco Ibáñez que había editado no recuerdo que discográfica con una actuación en el Olimpia de París en la que había homenajeado a varios poetas españoles de todos los tiempos.

El LP, que eran dos en realidad, era nada bailable y bastante “revolucionario”, con lo que había que escucharlo en un tono menor a lo normal y siempre con cuidado de que no fuera oído por alguien que pudiera complicarte la vida.

De entre todos los poemas que Ibáñez había musicado, con mejor a peor fortuna, recuerdo varios que me llamaron entonces mucho la atención y, entre estos, uno de Miguel Hernández, que se llama “andaluces de Jaén”.

Yo no sabía prácticamente nada de Hernández ni de otros poetas que aparecían en el álbum en cuestión, como Alberti o Brassens. Además de mi propia ignorancia, lo cierto es que en España estos autores, si no estaban formalmente prohibidos, si eran silenciados deliberadamente porque estaban vinculados, al igual que García Lorca o Gabriel Celaya, a quien tuve el enrome honor de conocer personalmente, al régimen republicano o, aún peor, al Partido Comunista.

Me gustó escuchar “Jaén levántate brava, no vayas a ser esclava con todos tus olivares”. Me pereció una llamada necesaria a la sublevación contra la injusticia, contra la falta de libertad y, todo ello, a través de la poesía, esa especie de arma carga de futuro.

Así que gracias a Paco Ibáñez me llegó Miguel Hernández. Otros cantautores, después han hecho versiones de poemas suyos que incluso me han gustado mucho más, como el niño yuntero de Víctor Jara, que aún hoy me emociona, o este otro que leo y releo, sin poder muchas veces acabarlo:

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa te quiero,
y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado,
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.

domingo, 20 de diciembre de 2009

JANUCÁ SEMEAJ EN MADRID

El domingo 13 de diciembre se celebró en Madrid, como en otras muchas ciudades del mundo, el día de las luces, llamado Janucá o Hanukkah y que es una de las fiestas tradicionales judías más conocidas y, además, según parece demostrado, el origen de la navidad cristiana.

El evento fue en la Plaza de Oriente y, por desgracia, el fuerte viento que soplaba en la capital estuvo a punto de estropear la celebración que tiene como fundamento encender las velas de un candelabro de nueve brazos.

El origen de esta celebración se remonta a los tiempos de la refundación (si, ya entonces existía esa manía) del templo de Jerusalén. Reinaba en Siria, del que dependía Israel, el seléucida Antíoco Epifanes IV (175 AC), uno de los herederos de Alejando Margo, enemigo declarado de los judíos a los que quiso someter, no sólo desde el punto de vista militar, sino también desde el cultural e identitario.

El caso es que cuando se logró consagrar de nuevo el Templo, tras muchas vicisitudes y peripecias que me ahorro contar para que no se me acuse de agente del sionismo, los encargados de encender el candelabro (Macabeos) se dieron cuenta de que sólo había aceite para un día.

Pese a esta dificultad, animosos, encendieron el candelabro y el aceite -milagrosamente- duró los ochos días de celebración de la reapertura del Templo. Ese es, contado con brevedad, el origen de la fiesta que se celebra a veces en noviembre (jeshván) y otras en diciembre (kislev), dependiendo del calendario hebreo que es el que se usa y es muy complicado.

Por ese motivo, este candelabro tiene nueve brazos, el central y los ocho (cuatro a cada lado) que se supone representan cada uno de los días que dura la festividad. Dicho sea de paso, este candelabro se llama Janukía y no Menorá (Menorah) que es el que todos conocemos y que forma parte del escudo del Estado de Israel y tiene siete brazos.

Durante las celebraciones, y Madrid no fue una excepción, se reparten unos buñuelos rellenos de mermelada (sulgoniot) y se bailan danzas tradicionales (rikudim) que suelen animar bastante a los presentes, una vez terminadas las ceremonias oficiales. También se regalan unas peonzas muy curiosas de cuatro lados que tienen unas letras en cada uno de ellos que son las iniciales de “aquí pasó un milagro”.

A los que vivís en Madrid me gustaría animaros para que próximo año os acerquéis a compartir Janucá y así comprobar que no todo lo relacionado con Israel tiene que ver con esa imagen terrible consecuencia del largo y doloroso enfrentamiento con los árabes de Palestina que, personalmente, y como muchos judíos, soy el primero en rechazar.



lunes, 7 de diciembre de 2009

UNA LLEGADA ACCIDENTADA

La breve charla con el pastor no tuvo más consecuencia inmediata que avivar al recuerdo de mi madre sobre los problemas que un hermano suyo, que había sido gobernador civil de Badajoz hasta 1952, tuvo con el caciquismo extremeño, claramente reacio a cualquier tipo de cambio, por mínimo que fuera, en las relaciones sociales y económicas de esa región, hoy comunidad.

Continuamos, pues, nuestro camino hacia Cáceres; una clamando contra tanta injusticia social y el resto callados, supongo que cada cual con sus reflexiones. Había que continuar sin más tardanza porque un compañero de mi padre nos esperaba para, durante nuestra estancia en esa ciudad, servirnos de guía.

Pero el destino nos deparaba una sorpresa. El que imagino ya famoso dauphine no quiso perder algo de protagonismo y, justo a la entrada de Cáceres, por la avenida de Alemania, que no sé si hoy se llama todavía así, nos dio un buen susto, ya que, aparentemente se quedó sin frenos.

Gran sobresalto; todo transcurrió en pocos segundos. La tensión nos mantuvo en total mutismo hasta que intuimos que el coche se detendría sin demasiados problemas porque, afortunadamente, en ese momento iba ya despacio por ser una zona urbana y además desconocida.

La peripecia acabó de forma algo innoble y de mala manera porque, al final, se produjo un leve encontronazo con un coche que estaba aparcado, gracias al cual conseguimos parar definitivamente y relajarnos un poco. ¿Qué había pasado?

Urgentemente, puesto que era jueves santo, y al día siguiente no habría la menor posibilidad de avisar a un mecánico, hubo que localizar a uno que por allí trabajaba y comprobó los frenos. Estos estaban, aparentemente en perfecto estado de revista porque el coche frenó con eficacia tras ser sometido a varias pruebas.

Así que jamás se pudo aclarar si el fallo fue realmente de coche o del conductor, sospecha esta última que se extendió como un reguero de pólvora. Sin embargo, la versión oficial (y aceptada) fue que por algún motivo desconocido una burbuja de aire se coló en el circuito de los frenos justo en el momento de ir a frenar en la avenida de Alemania.

Pasada la alarma, nos encontramos con el compañero de mi padre de quien, lamentablemente, no recuerdo el nombre, algo verdaderamente injusto para con una persona que, en todo momento, nos atendió con una amabilidad digna del noble pueblo extremeño y de cuya probidad ya el pastor había dado buena prueba.

Mi inicial decepción, por no poder gozar visualmente de las playas mediterráneas, se iba transformando poco a poco en cierta curiosidad ante los acontecimientos y las personas que nos iban saliendo al encuentro. Empecé a interesarme por el viaje.

Lo cierto es que, como a casi todos los estudiantes de mi época, el conocimiento de la geografía hispana se reducía a las explicaciones más bien parcas de los libros de SM, que eran los que yo usaba en aquel tiempo en el que, por cierto, había dejado de ser autodidacto para pasar a un colegio normal en que continué mis estudios de bachillerato.

Así que Extremadura se reducía a ser una región con dos provincias, en la que se producían buen jamón, tabaco y poco más. Eso sí, era patria (decía exactamente eso) de conquistadores que habían dado gloria a España.

En cuanto a sus gentes, tenían la reciedumbre que les proporciona su tierra árida y su clima, duro tanto en invierno como en verano y, como estaban poco industrializadas, se veían obligados a emigrar. A tanta mentira se limitaba mi conocimiento de esa tierra. Eso sí, había que memorizar, comarcas, ríos y pueblos, densidad de población y provincias limítrofes.

A veces me pregunto si la incomprensión que en ocasiones se pone de relieve entre los pueblos ibéricos, no es fruto de esa etapa negra de nuestra historia en la que, deliberadamente, se nos caracterizó y encasilló con tanta mentira y lugar común.

Así que, lamentando el olvido del nombre de persona tan grata, seguiré con el periplo extremeño en mejor ocasión, porque la evocación de tanto disparate me ha apartado de mi intención inicial y necesito recopilar algún recuerdo y tampoco deseo alargar el texto más de lo debido.





domingo, 22 de noviembre de 2009

LA SORPRESA

La semana santa de 1970 iba a tener algo especial. Porque, después de muchos años de soportar las retrasmisiones televisivas, de bastantes de las procesiones que se celebraban a lo largo y ancho del país, o de escuchar música apropiada para el evento, el dauphine de mi padre nos permitiría hacer una viaje como a otros muchos españoles de aquellas época.

Ya conté, al hablar de mi viaje a Burgos, que el famoso dauphine había sido la adquisición más importante de la familia, posible gracias al pluriempleo, ese descubrimiento del franquismo para que los españoles currantes pudieran llegar a fin de mes, o permitirse algún pequeño lujo y, sin lugar a dudas, entonces, un coche lo era.

La expectación crecía a medida que el tiempo avanzaba y estaban más próximos los tres días en los que estaríamos de nuevo lejos de casa disfrutando de las vacaciones.

Me imaginaba en una playa del mediterráneo, sentado frente al mar (que aún no conocía) y, si era posible, observar, con recato y prudencia, a algunas de esas extranjeras maravillosas de las que tanto se hablaba ya en aquel tiempo.

Bikinis de rubias maravillosas, senos, cosenos y palmitos y melenas sugerentes al viento, eran como una especie de tierra prometida para alguien que, salvo el accidentado caso de Burgos, no conocía más allá de Madrid y alguno de sus alrededores.

Se acercaba al día D y mi padre no soltaba prenda hasta que un día, ¡por fin!, nos reunió para comunicarnos la decisión que él, con la anuencia un poco resignada de mi madre, había tomado para esa semana santa: Cáceres

¡Que desolación tan terrible! Adiós a las extranjeras y a sus maravillosas presencias playeras, adiós al sol del mediterráneo. Adiós la observación de esas bellezas, aún incluso prudente. Todo eso se había esfumado en un segundo, tras conocer que en realidad el viaje tenía como destino Cáceres. Había, era el argumento, que aprovechar el tiempo para cultivarse y no para ir como todo el mundo a una playa saturada de personas.

Y encima, el panorama se ponía aún más sombrío porque, si ya de por sí el destino presagiaba católica austeridad, durante el itinerario habría que estar atentísimo a todos los monumentos, comarcas y peculiaridades del recorrido a fin de comprobar “in situ” su existencia que, hasta ese momento, sólo por los libros de geografía e historia de la editorial SM, me eran conocidas. ¡Horrible escarnio!

En fin, llegó el jueves santo. En ese tiempo no existían tantos restaurantes de carretera como ahora y por tanto, y porque tampoco la liquidez era la misma de ahora, había que ir pertrechados con comida para el viaje. Una clásica tortilla de patatas y algo de embutido y pan, componían el aparejo al que se sumaba una mesa plegable con sus cuatro asientos, igualmente plegables.

La carretera desde Madrid a Cáceres sólo tenía entonces una pequeña dificultad orográfica, el alto de Miravete que hoy se pasa en un “pispas” gracias a unos túneles que atraviesan las montañas de esa zona. Así que el viaje no ofrecía, en principio demasiados bretes, aunque con el ya citado dauphine nunca se podían aventurar estas cosas.

Bien. Sería la del alba, cuando bastante cargados de equipaje para los siguientes tres días y, esta vez si, con el hotel reservado, empezamos el viaje con lentitud pero con seguridad.

Paramos para comer un bocado ya en tierras cacereñas y, aparcados el coche y nosotros a la sombra, se acercó un pastor al que invitamos a beber un vaso de vino que aceptó de buena gana..

Nos estuvo hablando sobre la dureza de su trabajo y nos explicó que las tierras que veíamos y, aún las que ni alcanzábamos a ver, pertenecían a un solo señor que, además, le pagaba una miseria.

Mi madre, que aún tenía un cierto sentido de justicia social de su época falangistona, le preguntó que por qué no protestaba, a lo que el pastor dijo: señora si protesto, mañana otro lo hará por menos dinero. Esta fue la primera sorpresa en tierras extremeñas y no sería la última.









sábado, 14 de noviembre de 2009

¿UN NUEVO LTI?

La lectura, hace unos días, de una entrada de Menda sobre la utilización de un lenguaje específico y, ciertamente detestable, para los mensajes (sms) en los teléfonos móviles o celulares, me recordó mi intención de escribir, hace ya varias semanas, sobre una preocupación similar y que finalmente deseché para no ofender a otras personas que pudieran sentirse concernidas.

Quede claro pues que, nada más lejos de mi intención, que pontificar sobre algo y que sólo trato de poner sobre el tapete una cuestión que me preocupa.

En fin, animado por la reacción de muchos ante el buen apunte de Menda, retomo ahora la idea alarmado por la, cada vez mayor, utilización que el sistema hace sobre el lenguaje y la forma en que todos, de forma inconsciente en la mayor parte de las ocasiones, aceptamos ese hecho y no nos damos cuenta de su trascendencia.

El detonante surgió durante las vacaciones veraniegas en las que tuve la oportunidad de leer un libro con un curioso título, de los que le gustaría a Anabel, “LTI*”, escrito por el filólogo alemán Víctor Kemplerer primo del director de orquesta Otto Kemplerer.

La obra trata de cómo el Tercer Reich usó el lenguaje para llevar adelante su proyecto totalitario que, por supuesto, incluyó una forma de uso que del lenguaje tenían que hacer o, como poco, soportar los alemanes. Una de las cosas que más desazonó a Kemplerer es que, incluso quienes estaban manifiestamente contra el régimen, llegaron a caer en el uso del lenguaje impuesto por los nazis. Y de esto no escaparon ni siquiera algunos judíos, como señala el autor.

Sin embargo, una de las cuestiones que más me llamó la atención fue un capitulo dedicado al uso de las terminología técnica en el habla cotidiana. Evidentemente no me refiero (ni Kemplerer) a la inclusión de palabras como consecuencia del desarrollo de la tecnología y de la ciencia, sino la aplicación de una terminología deshumanizante.

De forma que, por ejemplo, el autor se asombra cuando los nazis, a la hora de de evaluar las pérdidas o la disponibilidad de personas parar ingresar o estar en el ejercito, hablan de “material humano”. Se me encendió la bombilla y me quedé perplejo.

Pero, si hoy también estamos hablando de material humano cuando nos referimos a las personas que trabajan en una fábrica y son considerados valores añadidos a la hora de defender un proyecto. “Nuestra ventaja -oímos- es que contamos con un gran material humano”, dicen orgullosos muchos empresarios, con la anuencia y satisfacción de los aludidos que se sienten halagados.

Y aún hay frases peores: “espero que tras las vacaciones vengas con las pilas cargadas” (como si fueras un teléfono móvil) o bien esta otra: “tienes que estar a tope de vueltas”, como si se tratase de un motor y no, en ambos casos, de una persona. ¡Que horror! Porque lo malo es que asentimos y colaboramos en esta degradación. Y no somos máquinas, ni móviles, ni motores.

Me doy cuenta de hasta que punto el sistema ha conseguido persuadirnos de que somos piezas dentro de un engranaje de producción, en el que perdemos nuestra condición de personas pensantes para pasar a engrosar al final el “material humano” del que hablaban los nazis.

Material que, por otra parte, que es perfectamente sustituible, “si no te reciclas”, como si fueras un envase de plástico.

Lamentablemente esta presión ha sido aceptada sin demasiada oposición y hoy hemos convertido nuestro lenguaje en una especie de mezcla de terminología entre tecnológica y extranjerizante que habla de bits, de Business manager, de call center, de “centrarse” en una cuestión o de estar “anclado” en el pasado.

*Lingua tertii imperii


domingo, 1 de noviembre de 2009

MUSICA EN EL TIEMPO...

Pensaba dar por concluida, al menos por ahora, la pequeña serie de entradas dedicadas a la música pero, vuestros interesantísimos comentarios, me animan a ampliarla con uno más que, eso sí, se aleja deliberadamente del mundo de los recuerdos para entrar en el mucho más complejo de los sentimientos, en los que casi todos habéis coincidido al referiros a mi entrada.


Si, es cierto, la música tiene que ser un sentimiento integral; no se puede escuchar una sinfonía de Mozart como quien contempla el escaparate de una relojería, por muy buenos que sean los relojes. El reloj gusta, Mozart (y otros, por supuesto) te puede llevar al paraíso. Pero eso hay que sentirlo.

Evidentemente, el paso de los años, hace que todas las cosas que han sucedido y suceden en nuestra vida las veamos de otra forma y aquello que nos pareció esencial en un momento, no lo es tanto ahora, cuando nos aproximamos, si no al final del recorrido, si por lo menos, a la puerta que abre el mismo. El sentimiento que inspira la música, por supuesto, no es una excepción.

Hace ya bastantes años, siendo aún adolescente el entusiasmo que me producían ciertas obras, casi siempre relacionadas con los compositores románticos, tanto por la época en la que fueron compuestas, como por el tratamiento de las mismas, me trasladaban a un mundo de figuración, de exaltación, casi, o más bien sin casi, me provocaban una revolución interna que tenía que convertirse necesariamente en un acto externo.

Las notas, que me parecían sublimes, eran capaces de excitar mi conciencia, de prepararme para actuar en cualquier campo de batalla, como una especie de héroe al que los dioses habían ungido para liberar a pueblos oprimidos o desfacer todo tipo de injusticias y entuertos.

Sin embargo, pasó el tiempo sin que desgraciadamente lograra alguno de estos objetivos, aunque he de decir, en mi descargo, que, al menos, hice algunos intentos que resultaron, ciertamente estériles y muy decepcionantes.

Y, ese mismo paso del tiempo, también relativizó mis preferencias musicales. No es que las obras de mi adolescencia me hayan dejado de gustar, es más, aún hoy las escucho con verdadera devoción porque fueron las compañeras de la que es, posiblemente, la mejor parte de mi vida, la menos contaminada. No es por tanto una cuestión de gustos.

Sencillamente han dejado de ocupar el lugar de exclusividad, de privilegio, han cedido algo en su ímpetu para dar paso al sosiego. Y donde antes los alegro con fuoco románticos eran la fuente que inspiraban mis pensamientos, poco a poco fueron sustituidos por las templadas notas de los barrocos: los adagios inconmensurables de Albinoni, Juan Sebastián Bach, Marcello. Corelli, etc. La paz hecha música.

Esta misma mañana he escuchado la Pasión según San Mateo y, como casi siempre, he llegado a la conclusión de que, efectivamente, si dios no existe, era necesario inventarlo para que Bach pudiera hacer lo que hizo.

Claro que han pasado muchos años y esa evolución no ha sido repentina. No soy, por tanto, un converso, porque no he renunciado a nada, ni he cambiado de gusto, sencillamente he ampliado, afortunadamente, mi espectro. También la tolerancia ha llegado a este campo.

Pero, de la misma forma, observo que ya hay algunas obras que me resulta difícil escuchar porque me producen una emoción que me desasosiega profundamente. Obras que son especialmente sobrecogedoras y caen como una losa sobre el ánimo de quien las escucha. También me sucede con algunos poemas, especialmente de Leopardi, por ejemplo. La angustia se apodera de mi pensamiento.

Por volver a la música, que es la que justifica este texto, es difícil escuchar sin pesadumbre la tercera sinfonía de Górecki, o “lucevan l’stelle de Tosca. No es la música la que ha cambiado, lleva a siendo la misma desde hace muchos años. Es que yo me hago indefectiblemente más viejo cada día que pasa.


sábado, 31 de octubre de 2009

ALEGRETO


Como ya dije en mi anterior comentario, la irrupción de la TV acabó con las tardes musicales de los sábados. La novedad televisiva hizo que, por malos que fuesen los programas, y en verdad que lo eran, arrinconasen cualquier otra posibilidad de audición.

Fue tal el entusiasmo que, en muchas ocasiones, la velada se prolongaba hasta que aparecía finalmente la figura excelsa del caudillo con los acordes incomparables del himno nacional. ¡Que gozo!

Así que, sin duda posible, a la TV hay que adjudicar que mi afición por la música clásica se demorase o, quizá sería más exacto decir, durmiese en el limbo de los justos durante bastante tiempo, en torno a unos diez años.

Pero la casualidad quiso que una tarde en la que había preferido quedarme en casa tranquilo leyendo conectara la radio para, mientras leía, escuchar algo de música. Aún conservo esa costumbre. Supongo, ahora no soy capaz de recordarlo, que lo primero que escuché no era lo que estaba esperando oír.

Bien, el caso es que en el momento en que encendí el viejo aparato casi olvidado, empezaban a sonar los primeros compases del segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven, el alegreto. La verdad es que jamás he entendido porque es considerado un alegreto porque es un adagio clarísimo y además de los más dolientes.

Me quedé sorprendido por la tristeza inmensa que transmitían esas notas y permanecí sentado, atento, absorto, sin cambiar el dial para pasar a otra emisora. La emoción que me produjo es difícil de olvidar y aún hoy todavía recuerdo perfectamente la situación anímica de esos instantes. Me imagino que debió ser como una especie de aldabonazo en mi cerebro: ¡Despierta y escucha!

Evidentemente escuché con gran atención el resto de la sinfonía. No supe que era la séptima de Beethoven hasta que el locutor lo comentó una vez finalizada.

Se había producido el milagro, la música me había llegado a lo más profundo de mí ser, me había ganado para siempre, casi casualmente, por uno de esos azares que pocas veces se vuelven a repetir en la vida porque si en vez de sonar esas notas hubiera sido obra el resultado habría sido totalmente distinto. De eso estoy seguro.

Desde ese día procuré tener algún ratito de intimidad para poder oír más música. No era sencillo pues la pequeñez de la casa hacía prácticamente imposible que hubiera un espacio para poder escuchar tranquilamente, sin molestar y ser molestado.

Además, estaban los vecinos quienes parece que tenían derecho a descansar a cualquier hora del día, ya fuera invierno o verano, mañana o tarde. En fin que la cuestión musical era complicada. Pero se produjo una especie de segundo milagro, ya que, vista por mi padre mi repentina afición, decidió comprar un tocadiscos.

Este nuevo aparato ya era estereofónico con lo que el sonido era mucho mejor que en el anterior, aunque, evidentemente no quedó resuelto el problema de la falta de espacio y mucho menos el de los vecinos.

Así que las audiciones quedaban inicialmente reducidas a las mañanas de los sábados y los festivos. No era mucho pero, en todo caso, era mejor que la nada anterior.

Recuerdo perfectamente que el primer disco que mi padre me regaló. Una versión de la sexta sinfonía de Piotr Ilich Tchaikovski, con la orquesta Filarmónica de Londres, dirigida por sir Adrian Boult.

Esta sinfonía, la famosa patética, superó con creces la sensación de abatimiento que me produjo el alegreto de la séptima de Beethoven. Me impresionó de forma muy considerable y Tchaikovski pasó a ser una especie de ídolo.

En fin, recuperé algunos de los discos que habían sobrevivido al abandono en beneficio de la TV y poco a poco fui logrando una pequeña colección que me permitía escuchar otros autores y otras músicas muy distintas de los que podríamos llamar clásicos de toda la vida.

Llegaron, por supuesto, Bach, Mozart, Handel, Schubert… pero también más adelante, y con el paso de los años, Mahler, Brückner, Shostakovich, Bartok y otros muchos. Incluso algunos que en su momento me parecían inalcanzables para un mi rústico oído.

Algo más tardó en llegar la opera, donde Rigoletto, Tosca, Otelo, es decir el gran Verdi, fue el primero, al que acompañaron después otros que eran para mí absolutamente desconocidos.

Todavía hoy, ocupa la música un lugar destacado entre mis preferencias. Es verdad que compro menos discos, sobre todo porque el espacio vuelve a ser un problema y también porque no dispongo de todo el tiempo querría para escuchar con la debida concentración.

Además ya hay canales de TV que se dedican exclusivamente a la música clásica y otras, como el jazz, country, soul, que también están entre mis favoritas. Por lo tanto, al haber más oferta, se puede prescindir de la necesaria compra.

En resumen que, como dijo Nietzsche, sin la música no sería concebible el mundo.






sábado, 24 de octubre de 2009

LUSITANIA


En estos días de retiro y reflexión forzada por los virus que, insolentes, me han asaltado y postrado, sumiéndome en un estado lamentable, rodeado de pócimas que, con precisión milimétrica tenía y, aún hoy, tengo que ingerir como poco no más allá de acabada la hora tercia y también antes del final de la nona, he vuelto mis pensamientos al oeste: a esa querida tierra lusitana.

Hubiera deseado, sugerido por el fingidor Pessoa, despertar una hora después en el Rossio de Lisboa, bajo la atenta mirada de una tímida mujer que, precisamente por serlo, no necesita hablar para hacerse entender.

Esperar en las profundidades inescrutables de Regaleira, y con la mirada perdida en la playa de las manzanas la llegada del quinto imperio que anunció Bandarra, que no será militar, que no será dominador, será sólo un espíritu de civilidad que vendrá de la noble Lusitania.

Y junto al esotérico poeta, he cavilado que, con ser terrible la duda, lo es aún mucho más la ignorancia. Por eso temo enfrentarme a la muerte, porque ignoro si lo que me espera después es el conocimiento definitivo... o nada. Si hay un después, no es que lo dude, es que no lo sé.

Tal vez sea este el motivo del suicidio que acecha siempre en tierras de Portugal. El deseo de conocer nos lleva a la desobediencia de dios, que no quiere que le conozcamos y por eso no se nos presenta.

Y he sido testigo mudo de un ajuste de cuentas: el de aquel que se ha atrevido a decirle al dios del libro antiguo, que tiene que pedir perdón a los hombres. A ese dios que eligió un pueblo para esclavizarlo y castigarlo sin piedad al más mínimo desliz.

El hombre ha hablado por boca de Caín, víctima de la discriminación inútil que le convirtió en fratricida. Y Caín ha sido justo y el hombre debe estarle agradecido y enviar definitivamente al exilio a ese dios.

Y así llegará la primavera
.

Nota: estas reflexiones, si es que merecen ser llamadas así, están inspiradas en diversos poemas de Fernando Pessoa y en el último libro de José Saramago.






martes, 13 de octubre de 2009

TARDES MUSICALES


Recuerdo, tendría yo unos cinco o seis años, que mi padre decía que sentía un escalofrío al escuchar la Consagración de la Primavera de Igor Stravinski, a lo que mi madre, con cierta ironía y jocosidad, le contestaba que era un poco pedante.

Sin embargo, si ella le tocaba las manos, efectivamente podía comprobar que las tenía más frías que de costumbre. Ahora, pasados casi cincuenta años, tengo la certeza de que, de alguna manera, decía la verdad, porque la música si puede transformar o producir estados de ánimo en personas medianamente sensibles. Claro que esto no pasa de ser una opinión personal y como tal hay que tomarla.

Cuento esto porque en el canal (de TV) Mezzo, tuve la oportunidad de escuchar el doce de octubre una versión excelente de la famosa Consagración, interpretada por la Filarmónica de Berlín y dirigida por Bernard Haitink. Una maravilla de interpretación.

Me vino entonces a la memoria la frase (pedante o no) de mi padre y la recordación de las tardes de los sábados de mi infancia, que están claramente vinculados a la música.

Recuerdo que tenían un tocadiscos Kolster, con la forma de un maletín, del que se levantaba la tapa superior porque allí estaba el único altavoz. Un aparato muy sencillo que era capaz, eso sí, de reproducir discos a 33, 45 y 78 revoluciones.

Así que, en ese modesto aparato y en los conciertos de Radio Nacional, se fraguó, sin yo saberlo y ni siquiera imaginarlo, mi afición a la música llamada clásica que, curiosamente y, para gran desesperación de mis progenitores, tardó bastante en aparecer.

También me acuerdo de los escasos discos que componían la colección de mis padres: las sonatas claro de luna y los adioses de Beethoven, el concierto para piano numero de tres del mismo autor, las sinfonías 39 y 40 de Mozart, un extracto de la ópera Rigoletto de Verdi, la mencionada “Sacre” (era un disco editado en Francia) y lo que era la auténtica joya de la discoteca, una versión integra del Otelo de Verdi, con la orquesta de la NBC dirigida nada menos que por Arturo Toscanini.

De todos esos discos sólo sé de uno, precisamente el Otelo verdiano, que ha pasado a mi propiedad, tras la muerte de mis padres. Del resto no sé nada más.

Lo que sí recuerdo perfectamente es la impresión, no sé si esta es la palabra más adecuada para un niño, que me producía escuchar el famoso brindis entre Yago, Casio y otros personajes de esta ópera. Aún hoy, sin llegar al escalofrío, me emociona.

De vez en cuando, algún conocido les prestaba algún disco que después, desgraciadamente, había que devolver y no se oía más en mucho tiempo. Recuerdo dos especialmente: una versión de la novena de Beethoven y una selección de Caballería Rusticana con su maravilloso intermezzo.

Desgraciadamente, el Kolster, despareció un mal día, pues hubo que venderlo. Así me lo explicó mi madre algún tiempo después, porque el dinero hacía falta para otras cosas más perentorias. Así que, musicalmente, todo quedó reducido a Radio Nacional.

De todas formas, deduzco que las dificultades económicas se debieron atenuar porque, cierto tiempo después, quizá un año, recuerdo a mi padre sentado a la mesa camilla firmando unos papeles (más tarde supe que eran letras) por la compra de un televisor de la marca Iberia y que tenía una pantalla de 24 pulgadas.

Lamentable e incompresiblemente, la música de los sábados fue perdiendo terreno paulatinamente a favor de la caja tonta que, ya entonces, apuntaba nocivos deseos de exclusividad.

Se acabaron gran parte de las audiciones de música y se terminaron las excursiones a la Plaza Mayor el en tranvía 23 para pasar la parte final de la tarde del domingo degustando brocadillos de calamares en el bar donde se podía ver el fútbol porque tenían TV.

Y, por supuesto, se acabó escuchar al malvado Yago incitando a la bebida al inocente y torpe Casio para la perdición de la resignada Desdémona ¡La cantidad de frustraciones infantiles que ha generado la TV!

Ya contaré el resto otro día...

jueves, 27 de agosto de 2009

VACACIONES

CERRADO POR VACACIONES. HASTA PRONTO

Gracias a todos.

martes, 25 de agosto de 2009

EPILOGO

Pues bien, la historia de Rafael por lo que a este blog se refiere, ha concluido.

Quiero agradeceros a todos los que habéis seguido este relato, con mayor o menor asiduidad, pero siempre con alguna frase amable, vuestra paciencia por soportar que se haya prolongado durante cuatro capítulos. Soy consciente de que ha sido un poco excesivo pero, lo contrario, hubiera sido de una lectura posiblemente insoportable por su extensión.

Matizar que conocí muy poco a mi abuelo. Que su figura adquirió para mí relevancia mucho después de su muerte, en una especie de recuperación de la memoria histórica íntima, que agrandó su persona hasta el extremo de recopilar, a través de los recuerdos de otros, una serie de datos, ya casi olvidados, sobre su vida. No ha sido sencillo, os lo aseguro.

Desde que inicié en serio este blog, hace ya algunas semanas, ha ido evolucionando de forma considerable y me ha servido para descubrir, en vosotras y en Troll, que últimamente está desaparecido lamentablemente, una calidad humana impresionante.


Con algunas, incluso he tenido la suerte de intercambiar alguna idea a través del correo, lo que ha contribuido a formarme una idea, quizá, más próxima a la realidad aunque, como bien apuntó Carmen con su habitual acierto y prudencia, citando a Pirandello, siempre construimos una idea falsa, no sólo de los demás, sino de nosotros mismos.

A quienes no ha participado, o a quien se ha incorporado recientemente, les doy las gracias de igual forma, aunque no haya podido disfrutar de sus opiniones que siempre serán bienvenidas, incluso, si son contrarias a las mías. El hecho de ser seguidores de este modesto blog ya me es suficiente.

Bien, queda sólo añadir alguna cosa más. Durante los próximos días este blog va a estar inactivo como consecuencia de mis “merecidas” vacaciones, aunque seguro que me parecerán cortas. Y después de este descanso, ya veremos que pasa.

El otoño se presenta para mí especialmente complicado, porque tengo pendientes decisiones importantes que afectarán muy en serio a mi vida laboral y a mi actividad política. Por tanto, no estoy en condiciones de asegurar cuándo se volverá a abrir “una forma de presentarse”, aunque desde luego, antes o después sucederá.

A nadie se os esconde que la situación de IU es muy delicada y estamos inmersos en pleno proceso de "refundación". El riesgo, si sale mal, es convertirse en una fuerza testimonial y creo que el esfuerzo por superar esta crisis tan aguda y seguir trabajando por los ciudadanos, merece la pena.

Por respeto a vosotros, y también a mí mismo, me parecería inadmisible escribir por escribir, para acabar degradando un blog con frivolidades. Quizá sea un presuntuoso, no lo niego, pero siempre he aplicado la norma de Tagore sobre el valor de los silencios. Que nadie vea en esto “una forma de despedirse”, porque no lo es.

Y no quiero terminar, sin enviar un mensaje a una persona que ha adquirido una especial importancia a lo largo de este tiempo. Como esa persona sabe que es así, no voy a citarla porque sé que es un poco tímida. Solo decir que está presente cada día en mi pensamiento y tiene un lugar en un rincón de mi corazón.

Un saludo a todos.

sábado, 22 de agosto de 2009




En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo: Franco. Burgos, 1º de abril de 1939."


El último parte de la guerra, escrito personalmente por el golpista Franco se escuchó con estremecimiento entre muchos ciudadanos madrileños. La casa donde vivían la mujer de Rafael y su hijo y su hija de 14 y 4 años respectivamente, no fue una excepción. A los pocos días iban a comprobar por sí mismos lo que significaba el final de la guerra para ellos.

Hasta ese momento, ellos tres habían vivido en un piso de la calle de Humilladero, en uno de los barios más clásicos de Madrid. La mujer enferma y sin poder moverse de la cama y los dos chicos habían sorteado hasta entonces, gracias a los vecinos, las calamidades del asedio que sufrió la capital de España.

Pocos días después de acabada la guerra, se presentó en esa finca un tipo falangista que sacó a punta de pistola a los tres. Este personaje sería después alcalde Madrid y el que informó de la muerte de Franco, su nombre: Carlos Arias Navarro.

Así pues los tres tirando de un carro donde llevaban todas sus pertenencias, se encaminaron hacia Carabanchel, donde habían oído que, por los efectos de la guerra, había muchas casas abandonadas, dada la proximidad del frente que había dejado su terrible huella en forma de destrucción casi total. Los desplazados no es un invento nuevo.

Algunas horas después, consiguen encontrar una que esta medio derruida pero que sirve, al menos, como refugio provisional. Allí pasan algunos días hasta que encuentran, dentro de esa misma zona alguna que está en mejores condiciones.

Por supuesto, nada de luz, nada de agua corriente y nada de camas. Sólo unas velas, unos colchones y el agua que se puede conseguir en una fuente próxima. Allí cada día, se concentran multitud de mujeres que, al igual que la de Rafael, o no saben nada de sus maridos, o saben que se han quedado sin ellos para siempre.

Sin embargo, pese a las condiciones tan duras, existe la solidaridad y allí se gesta el germen de algunas amistades que perdurarán a lo largo de muchos años. Nombres de heroínas anónimas.

Después de nueve meses Rafael es liberado. Se ha demostrado que no tiene pendiente delitos de sangre y que es sólo un pobre albañil al que los rojos han engañado. Se le devuelve a Madrid, con un equipaje que consiste en la ropa que lleva puesta y un kilo de naranjas. Y así llega a la ciudad.

Lo único que dijo al volver es que en aquel campo había conocido el mar. Nunca habló nada más de su estancia allí, nunca dijo nada más de esa etapa.

Rafael no era el mismo. De alguna forma el chico que se apeó un buen día en la estación del Mediodía quedó enterrado para siempre en ese campo de Valencia. Era un hombre, que a pesar de tener sólo 32 años parecía mucho mayor, era un derrotado en el sentido amplio de la palabra.

Él era consciente de que el futuro era muy sombrío; nadie querría dar trabajo a un derrotado, a un perdedor, a un rojo. Así que de nuevo vuelta a las chapuzas, a pedir favores, a trabajar horas y horas para lograr llevar algo a una casa, que ni siquiera merece ese nombre.

Las relaciones con su mujer se deterioran poco a poco, el desempleo, la miseria, el hambre y, sobre todo, el silencio, acaban por aniquilar lo poco que quedaba entre ellos después de tantos años de penalidades. Rafael empieza a dedicar más tiempo al alcohol de lo que sería deseable. Se hunde.

Finalmente se decide por agarrar una cesta y vender por las calles, caramelos y chucherías para los niños. ¿Pero qué niños van a comprar caramelos cuando no tienen ni para lo más necesario? Pasa el tiempo, crece la amargura y el silencio se vuelve insoportable.

Finalmente tiene algo de suerte porque, gracias a su tenacidad, consigue un empleo estable en una casa de comidas. Es trabajador y serio y con, el tiempo, llega a ser el responsable de todos los camareros. Pero el mal está tan dentro que esto ya sirve de muy poco.

En esa época es cuando yo le conocí, cuando tengo memoria de él. Recuerdo su seriedad, sus prolongados silencios, su preferencia por la soledad. Recuerdo su tristeza, su mirada muchas veces perdida. Poco más. Algunos años más tarde se fue también para siempre.


Nota: Este relato está basado en hechos absolutamente reales. Sólo he omitido el nombre de las personas que estuvieron vinculadas a él, porque no aportaría nada a la historia darlos a conocer. No así, en cambio, el de los políticos.

Pese a que le conocí muy poco, tengo la seguridad de que Rafael fue un buen hombre y un excelente abuelo.

martes, 18 de agosto de 2009

RAFAEL: LOS AÑOS DE LA FURIA

Rafael sabe que tiene que participar, que las indicaciones de su sindicato esta vez no puede desoírlas, que no se trata de una huelga de las muchas como las que se ha visto obligado a hacer años atrás y que a veces le han perjudicado. Es consciente de que después de todo lo que ha pasado, no puede quedarse en su casa.

Durante los cuatro años anteriores, desde que le dejamos preocupado por el intento de Sanjurjo, los acontecimientos no le han dado muchos días para las alegrías, para los momentos de descanso, para poder disfrutar por fin de la vida; esa que en 1931 él vislumbraba en aquella bandera tricolor de la Puerta del Sol. Para Rafael nada ha sido como esperaba. Ya ni siquiera tiene un recuerdo claro de aquel 14 de abril de 1931.

Ahora, tiene tres hijos, porque en 1935 ha nacido su hija, que en febrero de 1936, tiene apenas un año. Piensa en que si se queda en casa, siempre dudará de si esa actitud puede contribuir a que nada cambie. Rafael no es un hombre que entienda de política, pero sabe de la vida. Decide que tiene que votar.

Las elecciones de febrero de 1936 las gana el Frente Popular y, consiguientemente, puede formarse un gobierno que sustituya al del conservador Manuel Portela Valladares, hombre políticamente ambiguo. Con la victoria de estas candidaturas se pretende cerrar las heridas que se han ocasionado durante el denominado bienio negro. Rafael se alegra de ver a Manuel Azaña en la presidencia del Gobierno. Alguna vez le ha oído en algún mitin y le ha gustado lo que dice, lo que promete. Nuestro hombre, aún no tiene 30 años y aún es tiempo de creer. Va a ser la última vez, pero no lo sabe.

Lamentablemente Azaña sólo será presidente del gobierno hasta mayo de ese mismo año, cuando es nombrado presidente de la República. Este es uno de los mayores errores políticos de ese periodo.

El 18 de julio de 1936 es una de las jornadas más trágicas de la historia reciente de España. Ese día que, durante tantos años fue festivo, empezó uno de los episodios más sangrientos de nuestra vida como país. Rafael no va a ser ajeno a los acontecimientos. Más bien al contrario, va a tener un protagonismo indeseado.

Rápidamente su sindicato le moviliza para defender la legalidad republicana e impedir que el golpe de estado triunfe en Madrid. Finalmente se reduce a los sublevados y en la capital de España empieza entonces uno de los periodos más negros de su convivencia. Rafael ha estado en el Cuartel de la Montaña y no podrá olvidarlo. La ferocidad desatada amedrenta su alma de campesino andaluz. No entiende y no quiere entender nada.

Rafael es destinado con otros compañeros de su sindicato a impedir, dentro de sus posibilidades, que se produzcan esos actos vandálicos. No es un hombre especialmente religioso, sus participaciones en la Semana Santa de su ya lejano y casi olvidado Iznajar eran más bien fruto de la tradición que de la fe.

Pero recuerda haber visto personas que considera gente de bien, con esa fe que él no tiene, personas devotas que jamás han hecho mal a nadie y, por eso, da un paso a la hora de defender lo que cree que el se debe defender. No es un trabajo fácil, el furor, el odio contenido durante tantos y tantos años de injusticia, son mucho más fuertes que la voluntad de cinco pobres sindicalistas aunque alguno de ellos esté armado.

Sin embargo, a veces el poder de su palabra, es mucho más convincente que todos los uniformes y las insignias que lleva y mal que bien, consigue salvar más de una vida y más de un cuadro y a veces una simple imagen a la que tiene que proteger con su propio cuerpo. Son horas amargas y de desolación para Rafael. Su mujer recuerda haberle visto llorar por primera vez.

Los meses pasan y la situación se complica cada día más. No se trata de una intentona como en 1932. Los enemigos de la República reciben esta vez importante ayuda del exterior. Más que importante, decisiva. Rafael ve por las calles de Madrid gentes extrañas que hablan en un idioma que él no entiende en absoluto pero, de nuevo, su instinto le dice que han venido en su ayuda, y se alegra de poder compartir con ellos lo poco, cada vez menos, que va quedado en Madrid. Le dicen que son rusos. Desde entonces tendrá, el resto de sus días, un especial aprecio por ese pueblo.

La guerra está a final de 1938 irremediablemente perdida y ya son pocos los que lo dudan. Nuestro héroe pierde mucho más, pues su segundo hijo, de seis años, muere a causa de una difteria. Él lo sabrá bastante después porque, en ese momento, está ya en el frente, en tierras de Valencia, donde finalmente tiene que afrontar la humillante derrota.

Rafael es conducido de inmediato a un campo de concentración.

Continuará

miércoles, 12 de agosto de 2009

RAFAEL: LOS AÑOS SIN MEMORIA

"Quise olvidar todos aquellos años de sufrimiento y agonía y con el tiempo los convertí en años sin memoria" (Rafael)



Nuestro hombre permanece casi toda la mañana en la Puerta del Sol. No quiere moverse de allí y, aunque no tiene conciencia exacta de lo que ha pasado o está pasando, quiere saber y, por ello, presta atención a los comentarios y a los rumores que le llegan de las personas que en aquel lugar se han concentrado y que, como él mismo, están jubilosos.

Poco a poco, va sabiendo algunas cosas; por ejemplo, que el detestado borbón ha sido expulsado de España y que a esa hora ya ha salido del país con rumbo a Roma, donde será acogido para vivir el resto de sus días, aunque ha intentado por todos los medios a su alcance mantener el trono, si bien en la nota que deja a los españoles miente una vez más al decir que se va porque no quiere provocar un derramamiento de sangre.

Rafael percibe que lo que está sucediendo ante sus ojos es algo importante, no sabe con certeza por qué, no tiene una idea exacta de qué significa proclamar la república, pero tiene la esperanza de que algo puede mejorar en su vida. Que no es posible que toda aquella gente se congregue en Madrid y en otras ciudades de España, según va sabiendo por las informaciones que le llegan, para que todo siga igual que antes.

Ahora, tiene además otra preocupación añadida porque su mujer está embarazada. Ya no serán tres bocas que alimentar, sino cuatro y eso supondrá la necesidad de más dinero y de más esfuerzo y de más horas de trabajo. Por eso quiere, desea, pensar que los acontecimientos que está viviendo van a suponer algún cambio importante en su vida.

Pero, la república que nació sin violencia, tiene serios enemigos; los de siempre, esa derecha montaraz, ultramontana, caciquil, que no va a consentir fácilmente que le eliminen lo que considera sus seculares derechos heredados de padres a hijos por gracia divina. Y buena parte de esa derecha ya está conspirando en los cortijos del sur y en las sacristías de la vieja Castilla y Navarra.

Además, las masas, entre las que está Rafael, mal aconsejadas, peor dirigidas y con muy escasa formación política ayudan, con su impaciencia y sus actos violentos, a que los incidentes se sucedan prácticamente un día tras otro haciendo muy difícil el desarrollo del nuevo régimen.

Rafael se mantiene al margen, o mejor quiere mantenerse al margen, porque en realidad no puede. Él lo que desea es tener trabajo para poder mantener a su familia y no entiende por qué en muchas ocasiones sus propios compañeros de trabajo, son los que con su actitud impiden esto. Muchas veces duda, no sabe que hacer, pero, al final, siempre se decide por seguir adelante. Sabe que no hay vuelta atrás.

En ocasiones se desespera y recurre a amigos y conocidos para que le proporcionen alguna chapucilla y ganar algunas pesetas más. El riesgo es grande porque supone contravenir las decisiones de huelga de los sindicatos. Pero no hay otra manera de salir adelante.

Sin embargo, las cosas empiezan a complicarse cada vez más. Y en el caso de Rafael hay que sumar, a la situación general de incertidumbre, la tristeza que supone la pérdida de su hijo a los pocos días de nacer. Es este uno de los muchos palos, aunque él no lo sabe, que le va a deparar la vida a partir de entonces.

Y tal vez por eso, es esta una de las etapas con más sombras en la vida de nuestro héroe. Una época que, incluso para aquellos que le conocieron muy bien, resulta casi desconocida, sobre la que él guardó siempre un mutismo casi absoluto. Una etapa que es mejor olvidar, incluso pensar que jamás existió. Los años sin memoria.

Han pasado sólo tres, desde que se bajó del tren en la estación de Mediodía y han cambiado tantas cosas que a Rafael a veces le produce vértigo y preocupación. Por primera vez pierde algo de su fe y se siente solo.

Nuevo embarazo y nueva esperanza. Y en la calle más incidentes y más complicaciones. Resulta complicado llevar con regularidad un jornal a casa y, para mayor calamidad, en el sector de la construcción es uno de los que más se nota la crisis de 1929. La patronal aprieta, los sindicatos responden, huelgas, incidentes, detenciones...

En 1932, nace el segundo hijo de Rafael, justo cuando el general Sanjurjo y otros elementos de esa derechona fascistoide organizan un golpe de estado que fracasa rotundamente. Es el 10 de agosto de 1932 y la historia va a dar un giro importante que tendrá repercusiones en la vida Rafael pero, él, aún no lo sabe.


continuará...

lunes, 10 de agosto de 2009

A MODO DE CONFESIÓN

He dudado al colocar esta entrada en este blog. Finalmente me he decidido porque aquí, salvo alguna pequeña excepción están mis más "fieles" seguidores. Esto es una confesión destinada a evitar un proceso de cierta idealización que me ha parecido detectar en torno a mi persona. Quiero evitarlo y, por eso, estas líneas. Es posible que alguna o alguno se decepcione. Si es así, asumiré el coste de decir lo que considero necesario que se sepa.


Nuestra amiga Morgana ha publicado hoy en su blog un interesante artículo sobre el maravilloso régimen del que disfrutan los coreanos del norte. Ese gobierno que en nombre del comunismo se ha convertido en una macabra dictadura en la que, además de los rasgos comunes a todas ellas, hay que soportar el ominoso culto a la personalidad de su lider, autor de más de 18.000 libros y que tiene repartidos por el país, según parece, 35.000 monumentos.

En fin, en todo caso, hago votos para que lo antes posible semejant esperpento cruel sea derribado y los coreanos puedan disfrutar la verdadera libertad socialista, aunque ya sé que algunos me dirán que eso es imposible. Yo creo que sí lo es.

El artículo de Morgana, en el que se dice que a los coreanos se les enseña a creer a pies juntillas que el líder jamás se equivoca, me ha recordado los tiempos en los que yo, y lo confieso humildemente, también fui dogmático e intolerante.

Alguno supongo que habrá visto mi perfil, donde dice que soy cristiano sin religión y militante de Izquierda Unida, cosas ambas totalmente ciertas. Y pese a lo que pueda parecer, no encuentro en ello contradicción. Precisamente porque he dejado de poner los dogmas, la fe, por encima de la razón.

Sin embargo, durante muchos años, acepté voluntariamente pertenecer a la Iglesia Católica, de modo que admití todos y cada unos de sus dogmas, de la misma forma que, años después, entré a formar parte del PCE y creí, en más de una ocasión que los dirigentes del partido no se equivocaban jamás. Que había que cumplir a rajatabla las consignas que eran poco menos que artículos de fe. En cierta medida sustituí una iglesia por otra.

Tanto en un caso como en otro, el resultado era el mismo, porque creía que estaba en posesión de la verdad absoluta e irrefutable, lo que me servía, y aquí está el meollo de la cuestión, para permitirme el lujo de juzgar a los demás y condenarlos porque estaban equivocados, sin más.

Afortunadamente, como jamás tuve poder, lo cual celebro muchísimo, no pude hacer mal a nadie, no pude cometer injusticias o disparates irreparables en nombre de la verdad, de la sacrosanta verdad, ni de la católica ni de la comunista.

Pero, me pregunto, después de transcurridos muchos años, ¿qué hubiera sucedido si hubiera tenido capacidad de decisión? Y, al pensar en la respuesta, yo mismo me asusto de las posibles consecuencias. Supongo que no habría llegado a la máxima barbarie porque siempre me ha repugnado la violencia pero, en todo caso, como poco habría sido cómplice de la violencia de otros, lo que me haría igual a los ojos de los violentados.

Veo hoy con pavor el caso de mi amiga Morgana, forzada a vivir fuera de su país por resistirse dignamente al dogma, igual que en su día compartí las tribulaciones de chilenos, argentinos y uruguayos. Me ha costado tiempo reconocer que todos son víctimas aunque de distintos verdugos; bastantes años, demasiados años.

Reconozco que apoyé causas injustas porque así lo pedía la jerarquía, reconozco que me sumé a críticas absurdas por estar apoyadas por la mayoría, reconozco que no tuve valor para condenar lo que sabía que era censurable, reconozco que defendí regímenes totalitarios porque eran “amigos”. Reconozco que he actuado de forma escasamente justificable.

Muchos me intentarán consolar con el argumento de que, en todo caso, actué en “conciencia”, creyendo que hacía lo correcto y eso me disculparía en parte. Pues no, nada más lejos de la verdad; actuar en conciencia no exculpa de nada, porque ¿acaso los nazis no actuaron, en muchos casos en conciencia?

Hace ya tiempo leí un texto del cardenal Ratzinger (hoy Benedicto XVI) -si, no os asombréis- en el que analizaba con acierto el tema de actuar en conciencia y desmontaba en un par de frases sencillas ese argumento tan manido como inútil. Porque en definitiva ¿Quién establece la que es conciencia buena o mala?

Lamentablemente, el acierto de Ratzinger en este asunto, se queda en ese análisis y no se extiende al conjunto del catolicismo oficial. Pero ese es otro tema, aunque no menor.

No, afortunadamente, no tuve la oportunidad de actuar según el dictado d mi conciencia porque hubiera sido un desastre para alguien.

Ahora me siento absolutamente liberado del dogmatismo, de cualquier dogmatismo, y puedo decir libremente lo que creo más justo porque no tengo la necesidad de esperar a que el dirigente o el prelado opinen y me guíen. Siempre dejo la puerta abierta a la posibilidad de rectificar y revisar todo lo que sea necesario, si me demuestran, con argumentos, que estoy equivocado.

Esto, evidentemente, no me hace perfecto, pero sí más libre. No quiero que nadie interprete estas líneas como una especie de guía de conducta para los demás, sino más bien como una confesión liberadora y necesaria.

Los hombres y las mujeres, como hay que decir ahora, no seremos libres hasta que nos sacudamos para siempre nuestros propios dogmatismos, así que no busquemos liberaciones exteriores hasta que logremos la interior.


Un saludo

sábado, 8 de agosto de 2009

RAFAEL




Iznajar es aún hoy un pueblo relativamente pequeño que casi llega a los 5.000 habitantes y que tiene el honor de que, entre otros personajes importantes, es cuna del actual honorable pesident de la Generalitat José Montilla.

Último pueblo del sur de la provincia de Córdoba, en una encrucijada que le acerca a los límites de Granada y Málaga, y en mitad de Andalucía, mira al Genil desde una colina y tiene una serie de aldeas y cortijos a su alrededor que le dan unas características especiales de diseminación de la población.

Pues bien, allí en 1907 nació nuestro protagonista: Rafael

Nos podremos hacer una idea de cómo era Iznajar a principio de siglo XX. El típico pueblo andaluz, de jornaleros que tenían que vender su fuerza de trabajo para subsistir, por lo tanto nada original, ni nada que lo distinguiese del resto de pueblos de esa comunidad y de otras muchas de España.

Para los hijos de los jornaleros no era sencillo hacerse un hueco en la vida pero, por esas causalidades que a veces ocurren, Rafael fue a la escuela más tiempo de lo que solían ir los niños de la época. Y en aquella escuela rural aprendió a escribir, leer y las cuatro reglas. como se suele decir.

Poco, realmente muy poco sabemos de sus andanzas infantiles y juveniles, quizá porque poco haya que saber. Rutina y trabajo, algo que en la España de alfonso XIII, para un jornalero andaluz venía a ser lo mismo.

Lo que si nos consta es que nuestro héroe no pudo substraerse a las costumbres de su pueblo e ingresó, aún adolescente, en una cofradía llamada de los “Romanos” que tenía entonces, y tiene aún hoy, una importancia significativa en la celebración de la Semana Santa iznajareña. Pagaba “religiosamente” la cuota de 25 céntimos y comulgaba cada miércoles santo tal y como establecían entonces, no sé si ahora es así, las normas de la cofradía en cuestión.

Así que Rafael cada Viernes santo, se ponía orgulloso su uniforme de legionario romano y participaba gozoso en las celebraciones de la pasión del Nazareno con buena parte de sus convecinos. Después, muchos años después, aún lo contaba no sin cierta emoción y nostalgia.

Pero la vida en Iznajar, pese a las procesiones de Semana Santa y las fiestas de la Feria de Septiembre en honor de la patrona de la villa (Virgen de la Antigua), no era sencilla para Rafael y, como tantos y tantos andaluces, optó por la emigración. En su caso a Madrid. No volvería a ver Iznajar hasta pasados más de 50 años.

Llegó nuestro personaje con 21 años a la capital del reino. No eran tiempos sencillos para nadie porque en España, una vez más se había producido un “pronunciamiento” y un tal Miguel Primo de Rivera, capitán general de Catalunya, había dado un golpe de estado con la manifiesta complicidad del borbón de la época. Como tantas veces en este sufrido país, el ejercito salva patrias se dedicó a masacrar a sus propios conciudadanos.

Rafael se instaló en un cuarto de una casa de vecinos, en la que pagaba una modesta cantidad por usar una cama, con un armario y la cocina y el baño. Tampoco nada original. Allí había más vecinos que acogieron con simpatía al emigrante andaluz cuyo castellano era a veces -lo fue siempre- difícil de entender.

Madrid era entonces un poblachón manchego que ya estaba empezando a crecer, com siempre sin concierto y desordenadamente, víctima de la especulación, algo que no es nuevo, y de la explotación de los trabajadores, tampoco nada original.

Nuestro hombre, con los escasos conocimientos que tiene se pone a trabajar en la construcción, de peón de albañil y así puede mantenerse dignamente algunos meses. Pero las cosas se complican

En la casa donde Rafael vivía también lo hacia una viuda con su hijo de cuatro años, se conocen. A Rafael le hace gracia el “shico” y no sabemos si por el chico llega a la madre. Se casan al poco tiempo y tienen que cambiar de casa. Esto complica las cosas bastante porque no es lo mismo ser peón para mantener a uno en una pensión con derecho a cocina, que a tres, de los cuales solo uno trabaja. Hay que esforzarse y hacer más horas y trabajar a destajo. Por no le importa; es joven y está contento con su nueva vida.

Rafael tiene cierta conciencia social e ingresa en la CNT, ese sindicato tan odiado por la UGT, y que procuró masacrar con la connivencia de la dictadura de primo de Rivera.

Sin embargo, en 1931 se produce el milagro. El borbón ha dado una patada en el culo al dictador que ya lo sirve, le ha mandado al exilio a París y pretende, como ocurre siempre en la historia de los borbones, seguir tan fresco en el trono como si nada hubiera pasado. Se convocan y celebran unas elecciones municipales.

Ganan las candidaturas de los partidos monárquicos pero lo hacen en aquellos lugares en donde domina el caciquismo y el miedo. En las grandes urbes y en las zonas donde hay un proletariado industrial se imponen claramente las candidaturas republicanas. Rafael observa muy atento los acontecimientos.

Y el día 14 de abril de 1931, el Sr. Miguel Maura, abriendo un cortejo de hombres principales se presenta en la Puerta del Sol, ante la sede del ministerio de la Gobernación y pronuncia aquella magnifica frase: “Señores, paso al gobierno de la República”.

Rafael estaba jubiloso y esperanzado ante la sede de aquel ministerio en la que ondeó la bandera tricolor.

Continuara...


NB: he puesto deliberadamente el nombre y apellido del borbón con minúscula
.

lunes, 3 de agosto de 2009

IMAGINEMOS




Imaginemos que yo no soy quien dice ser, que soy una ficción, la creación de un autor que, igual que me ha dado vida, me la puede quitar en cualquier momento, porque sólo existo en su mente.

Y ese creador, por ejemplo, sólo me va a utilizar para poder decir, bajo una personalidad inventada, lo que él quiere decir y no se atreve. Por eso crea una ficción.

Imaginemos lo contrario; que sí existo, que soy realmente quien digo ser, pero que lo que escribo, no es producto de mi imaginación, sino de la de otro. Soy yo quien ha entrado en la vida de alguien y la he usurpado, le he robado su personalidad, su pensamiento y lo utilizo a mi conveniencia hasta el extremo de que puedo acabar en cualquier momento también con la vida de ese a quien he suplantado.


Quiero utilizar su pensamiento para escribir lo que yo no sé reflejar en un papel pero si aparecer yo como el autor.

Imaginemos que soy un fantasma y que vivo gracias a la muerte de otro, una especie de Matías Pascal, y que, por tanto, no puedo vivir mi vida, sino necesariamente la de otro, la del muerto a quien he sustituido, a quien he vuelto a la vida a cambio de la mía y, por eso, solo puedo escribir como lo haría el otro: si tengo vida, pero escribo con su mente, porque yo nunca puedo volver a escribir como quien antes he sido.

Imaginemos que los nueve de esta casa virtual somos pura ficción, producto de la imaginación de un único autor, puede ser cualquiera de nosotros, que nos ha dado existencia, una especie de heterónimos para recrear una serie de vidas que, en realidad no son más que una sucesión de actores en busca de autor.


Nos somos nosotros quienes escribimos, ni siquiera tenemos pensamiento ni vida propia, sino nuestro autor, que en cada unos de nosotros ha creado un ser distinto. Sólo uno de nosotros es quien dice ser.

Y, finalmente, imaginemos que nosotros si somos nueve seres distintos pero, cuando escribimos, no somos verdaderamente los que decimos ser, sino los que hubiéramos deseado ser y que, por lo tanto, somos una ficción de nosotros mismos, una invención sobre nosotros mismos y hecha para evadirnos de nuestra propia realidad. Somos actores de nuestra propia ficción. ¿Quiénes somos en realidad?

Imaginemos...

viernes, 31 de julio de 2009

EL CUMPLEAÑOS



6:05 am. Como cada mañana, suena el despertador. Y también, como cada mañana, me digo a mí mismo cuan innecesario es utilizar ese aparatejo por una persona que, como yo, está ya despierto bastante antes de la hora señalada. Mi cuerpo, o tal vez mi mente, después de tantos años de levantarme pronto, se ha acostumbrado a ese horario y mecánicamente está en vela mucho antes.

Es una costumbre absurda, una especie de rutina, de medida de seguridad por, si acaso, algún día, tras ocho años, no me despierto a tiempo y llego tarde la redacción.

Me levanto y, mientras me preparo para salir, pienso que me tengo que acordar de llamar a mi padre porque hoy hace exactamente 80 años que nació.

Ya está un poco cascado, sobre todo desde que a mi madre le comunicaron que tenía cáncer. Él no lo ha podido superar (pienso). Llevan tantos años juntos que no se hace a la idea de que la pueda pasar algo. “Si, es cierto ha dado un bajón en los últimos meses”, así que por nada del mundo me podría olvidar de su cumpleaños, ahora menos que nunca, sigo con mi pensamiento, mientras conduzco.

06:55 am. Entro en la redacción. Como cada día, soy el primero en llegar. Precisamente esa es mi obligación y, de ahí posiblemente, el temor a llegar tarde y toda la parafernalia del odioso despertador.

Las personas que están en el turno de noche están deseando que lleguen sus relevos para poder irse a descansar y me hago cargo de que a mí en su caso me pasaría exactamente igual.

Saludo a Luismi. Es el último compañero de ese turno en quedarse y me dice que no ha pasado nada, que todo está tranquilo. Se va, no sin antes desearme un ben día. Ocasionalmente nos enrollamos un poco más. Es un hombre de gran cultura y preparación. A veces pretende que a esas horas de la mañana, hablemos de teología o algo igualmente disparatado. Está un poco desequilibrado. Por eso le han enviado a ese turno.

07:05 am. Llega Ana. Ella es la redactora jefa de turno. Hasta las 08:00 am, somos las dos únicas personas que estamos en la redacción. Le doy las novedades, es decir nada de nada, y continúo con mi trabajo habitual. Paso a la línea las crónicas de TV, la previsión del tiempo y las efemérides del día para que los periódicos lo tengan cuanto antes.

Ana y yo llevamos ocho años compartiendo este horario y esa rutina. No se puede decir que tengamos una gran confianza pero si bastante cordialidad. Ella sabe que se puede fiar de mí y yo, aunque ella tiene mala fama, jamás he tenido queja de su comportamiento. Es una mujer atractiva, seria en el trabajo, pero en ocasiones algo insegura a la hora de tomar decisiones.

Alguna mañana, en la que no tenemos nada pendiente, me acerco a la dispensadora de bebidas y le traigo un café con leche y para mí un té. Soy adicto al té, en cualquiera de sus variedades.

Si, definitivamente, nos llevamos bien. Es curioso porque siempre he tenido mucha mejor relación con mis compañeras que con los compañeros.

Una vez que he terminado con la rutina, empezamos a charlar de banalidades, alguna broma sobre el día que nos espera y los preparativos del fin de semana, que va a estar cargado de trabajo.

07:20 am. Suena el teléfono de Ana. Es extraño porque a esa hora no suelen producirse llamadas, salvo la de algún compañero que comunica que se ha puesto indispuesto y o bien va a llegar más tarde, o que sencillamente no vendrá.

Pero no, hoy no es nada de eso.

Noto como le cambia la voz y procura que su interlocutor le aclare alguna cosa. Cuelga y me dice que llame a Protección Civil de la Comunidad de Madrid, porque parece que en la estación de Atocha ha sucedido algo, posiblemente una explosión, aunque no le han dicho si es un artefacto o cualquier otra cosa. Llamo, pero la línea está ocupada. También eso es extraño a esa hora.

"Esperemos que no sea lo que estás pensando", le digo; "esperemos", contesta, mientras ella se pone a llamar a los bomberos y yo insisto con Protección Civil. No nos da tiempo a seguir hablando.

07:25 am. Sólo han pasado tres minutos y mi vida va a cambiar por completo. Se produce una segunda llamada. La contesto, (es Luis de Protección Civil) y me dice que han ocurrido más explosiones en otros puntos de Madrid, que hay una gran confusión y que posiblemente haya decenas de muertos y heridos. Que me llamarán en cuanto sepan más detalles. Nos miramos si saber que hacer ni que decir. Estamos solos y nos sentimos solos.

07:27 am. Con los datos que tenemos preparamos un flash, es decir una noticia de una sola línea en la que se anuncia que una serie de explosiones se han producido en varios puntos de Madrid y en el extrarradio. No tenemos todavía más datos.

Seguimos llamando a todos los que nos pueden decir algo: Guardia Civil, Bomberos, Protección Civil, Delegación del Gobierno y ya no hay duda, se trata de una serie de explosiones en varios trenes de cercanías. Es una cadena de atentados.

Preparamos una segunda noticia en la que ampliamos los datos que hemos dado anteriormente. He (hemos) tenido el dudoso honor de ser los primeros periodistas españoles que han dado a conocer el atentado del 11 de marzo de 2004. La noticia salió de mi ordenador.

08:00 am. Llega el director y también muchos más compañeros de la redacción. Incluso los que estaban librando. El silencio es absoluto, las llamadas a nuestras fuentes, se hacen en un tono inusualmente bajo. La confirmación de la magnitud de la masacre nos aterra y nadie quiere ni necesita aparentar fortalezas que no existen.

Pasan las horas, llegan las noticias de la barbarie, las primeras imágenes: Atocha, Santa Eugenia, Calle Téllez...

13:05 pm. Casi 200 muertos y más de 1.500 heridos. Es el peor atentado que ha sufrido España y Europa.

14:00 pm. Recuerdo que tengo que llamar a mi padre y decirle que, desafortunadamente, no voy a poder a ir a verle ni comer juntos. Le llamo y hablo con él. Quedamos para otro día. Lo entiende perfectamente porque también ha sido periodista.

Lamentablemente ese fue su último cumpleaños y no pudimos celebrarlo. Nunca olvidaré esta fecha: 11 de marzo de 2004

jueves, 30 de julio de 2009

CANSANCIO

Llevo unos cuantos días sin escribir en este blog por la sencilla razón de que no se me ocurre nada digno que traer a esta compartida casa virtual y la verdad creo que para escribir chorradas es mejor no hacer nada. Además no quiero haceros perder el tiempo.


Y es que empiezo a estar seriamente cansado. Y no sólo me refiero a una fatiga física que, el terrible calor de estos días en esta meseta manchega agrava, sino también al desfallecimiento mental que me producen muchos de los acontecimientos con los que tengo que convivir cada día.

Es muy posible que alguno crea, no sin razón, que sin estar cansado igualmente lo que aquí traigo son tonterías. Puede ser, pero por lo menos están un poco más elaboradas de lo que lo estarían en esta situación de aplanamiento. Y, por supuesto, doy por sentado que vosotras y Troll no lo pensáis pero, también imagino, que hay otros visitantes que si lo estimarán así. Afortunadamente no dejan sus comentarios.

Así que en ocasiones me planteo, supongo como muchos de nosotros en algún momento, empezar a soltar lastre y abandonar todo aquello que me resulta fatigoso y acaba por convertirse en una carga más que en algo gratificante. Tranquilos, que no estoy pensando en este blog.

Por supuesto no pienso dar el latazo con cosas que no vienen a cuento, no voy a contar lo triste que es mi vida y que estoy deprimido. En primer lugar porque, aunque no sea una existencia con especiales alegrías, y que en el balance provisional tiene alguna sombra importante, en conjunto es aceptable, con lo cual me doy por conforme.

Pero hay otras cosas que muchas veces me fatigan bastante: por ejemplo, cuando decidí volver a la política activa, después de muchos años de alejamiento, sabía que el riesgo era alto, que las posibilidades de que, el poco tiempo que tengo para mi ocio quedara seriamente reducido, se iba a convertir poco a poco, o mucho a mucho, en una realidad. Sin embargo, sólo a mí, puedo culpar, sí es que en ello hay culpa, de semejante decisión.

Pero, desgraciadamente, el tiempo a cierta edad, no ya es que pase rápido, es que vuela, y eso tiene repercusiones significativas en mi estado de ánimo que, hace treinta años, no me preocupaban lo más mínimo. Y noto, además, que se me están quedando demasiadas cosas pendientes, sin cerrar definitivamente. Por supuesto, la política, no es una excepción.

Mi padre siempre me dijo que yo nací un siglo tarde; que por mi forma de ser tendría serias dificultades a adaptarme a estos tiempos. Claro, eso me lo decía hace ya una buena cantidad de años, o sea, que ahora la cosa debe ser peor. Y aunque yo pensara en su momento era una de sus muchas exageraciones creo, con la ventaja que me da el paso del tiempo, que algo de razón tenía, porque la verdad es que en muchas ocasiones me encuentro incomodo e inadaptado.

Deduzco que el problema debe ser mío porque los demás, los que habitualmente me rodean, actúan entre ellos de forma muy similar, por supuesto con las deferencias que siempre hay entre cada persona pero, eso sí, de acuerdo con un patrón muy parecido que responde a unos criterios que me resultan extraños.

Una de las cosas que más me cansa es el trabajo diario. Poque tengo que soportar unas situaciones, como la que he vivido hoy, que me producen auténtica indignación. La verdad es que no entiendo como puede haber gente que esté desempleada, con una preparación magnífica y con deseos enormes de trabajar y tengamos que aguantar y además proteger a una panda de vagazos que lo único que pretenden es trabajar lo menos posible. ¡Y encima son los más reivindicativos!

La falta de organización, la afición a echar balones fuera, la ley del mínimo esfuerzo, en fin todo aquello que suponga no asumir una responsabilidad por la que cada fin de mes se cobra. Eso sí, a los demás se les exige que estén siempre en disposición de actuar con celeridad, eficacia y además con buen talante, sin rechistar. ¡Que desfachatez!

Bueno, no quiero insistir sobre el tema y además tampoco creo que sea demasiado interesante. Supongo que es parte de la condición humana pero a mí me fastidia y mucho.

No os toméis estos comentarios demasiado en serio. Hoy no ha sido un buen día. Empezó mal y, tras conocer las noticias, fue a peor.

Os quiero

lunes, 27 de julio de 2009

ESTE BLOG

Hola a todas y a Troll:

Como creo que ya tengo a todas las personas que quiero en este blog me parece oportuno volver al sistema de permisos de acceso. Sin embargo, si ello os causa algún problema para entrar, me lo decís y vuelvo al de acceso libre.

La verdad es que siempre pensé que este blog sería más intimista que el otro, pero nunca llegué a pensar que llegaría a la situación que se ha provocado. No tengo inconveniente en compartir mis sentimientos con las personas a las que estimo, pero tampoco quiero que mis vivencias, mis tristezas o alegrías y mis pensamientos más recónditos sean tan públicos que cualquiera los pueda conocer. Espero y deseo que lo entendais no como una censura previa, sino como una precaución. De todas formas espero vuestra opinión que, para mí, es esencial.

Es posible incluso que todo esto necesite de una reflexión más seria y prolongada. Pero de momento prefiero seguir adelante y seguir contando con todos porque sé que sois de fiar y, en cierta medida, me queréis. Me da un poco de miedo todo esto.

un saludo, como siempre, cariñoso.

lunes, 20 de julio de 2009

LA DUDA

Un entierro siempre es triste y supongo que nadie pretende que sea otra cosa. Pero algunos son especialmente desconsoladores y esto se percibe mucho más a medida que pasan los años y empiezas a sentir más cercana tu propia muerte.

Además, siempre hay una parte de tu vida, por muy pequeña que sea, que se entierra también con esa persona a la que has conocido, con la que te has reído, cantado, jugado o sencillamente te ha dado de comer cuando eras pequeño. Sabes que jamás vas a poder vivir nuevamente todo eso y que, a partir de ahora, y eso en el mejor de los casos, será un recuerdo grato para algunos y para otros dentro de poco ni eso. Y sin embargo, quiso y la quisimos.


En cada despedida vamos perdiendo algo de nosotros mismos que está estrechamente vinculado al que acabas de enterrar.

Y, lo pretendas o no, allí, en ese mismo momento, eres consciente de que cualquier día puedes ser tu mismo el que estés metido en una caja de madera y desciendas lentamente hacia una fosa. Que una serie de miradas observen ese instante e, incluso, alguno tenga un gesto de dolor que lo humanice.

Y sabes que tú también pasarás a ser un vago recuerdo y poco más. Algo tan breve como el responso que el sacerdote reza mecánicamente porque, evidentemente, es su obligación. ¡Curiosa obligación! Recordar por obligación...

Y piensas en sí antes has hecho todo lo que tenías o debías de hacer o si, por el contrario, esa persona que se ha ido, se lleva alguna deuda con ella, de la que posiblemente tú no tenías ni la menos noción y que, ahora, jamás vas a poder saldar. Siempre me quedará la duda y esa no se entierra.

sábado, 18 de julio de 2009

UN DIA COMO OTRO

Me he levantado pronto, como casi todos los días, como cualquier otro, incluso los fines de semana y cuando estoy de vacaciones. Es una costumbre. Así aprovecho mejor el tiempo, porque pasa velozmente y me quedan algunas cosas por hacer.

A esas primeras horas de la mañana hay silencio y se puede leer o pensar tranquilamente, sin que nadie te moleste.

He preparado mi taza de té para acompañar a unas cuantas galletas María, de esas redondas, una de las pocas cosas que no han cambiado demasiado.

Después me he acercado a la Calle del Olvido. He visto que ella también ha madrugado. Ha sido un encuentro breve, pero intenso, y se lo he dicho. Me he despedido con un beso, el primero. La mañana ha empezado bien.

Mis plantas me reclaman. Necesitan algo de charla, limpieza y evitar que a algunas las de el sol de lleno. Me dan mucho trabajo pero no me importa, porque ellas lo agradecen con colores y contrastes que de otra forma sería imposible conseguir.

Suena el teléfono. Mi hermano me comunica el fallecimiento de una tía, hermana de mi madre. Era la última y con ella se acaban todos los integrantes de esa parte de la familia.

Tenía 98 años. Su vida no ha sido sencilla en absoluto, aunque en los últimos años encontró algo de la paz que siempre anduvo buscando con tan poco éxito. Supongo que no es fácil acostumbrarse a vivir con el peso los recuerdos de los años vividos, y viendo como lo que ha sido el eje central de tu vida, va desapareciendo. No, no debe ser sencillo.

Mañana es el entierro y no tendré ya a nadie a quien decirle que lo siento.