De qué me sirve ser cantor,
si mi voz permanece siempre muda
y no puedo cantar a la que amo.
Oprimido por los barrotes del silencio
en una cárcel de agonía
la palabra queda apagada y presa.
De qué mi sirven las manos
si no puedo acariciar a la que amo,
recorrer su cuerpo adorado
lentamente, poro a poro,
sentir su piel sobre mis dedos.
De qué mi sirven los ojos
si como un ciego,
no pueden ver a la que amo
y sólo tristemente la imagino
en mi desvelos cada noche.
De qué me sirve la boca
si no puede probar
el dulce sabor de sus besos
y cada día más seca y
hambrienta está de ella.
De qué me sirve la vida
si al claro de la luna
no puedo decirte que te amo.