martes, 28 de diciembre de 2010

LOS LIBROS ROJOS DE CRISOL

Hace unos días, exactamente el 18 de diciembre, comentaba con Rafael García Almazán durante una excelente comida arrocera, y delante de unas damas que lo pueden confirmar, que a estas alturas de nuestra vida ya somos un poco abuelos cebolleta, capaces de aburrir al más pintado con nuestras batallitas, con nuestros ya muy viejos recuerdos que, posiblemente, interesen a pocas personas.


Me viene esto de los recuerdos a la memoria como consecuencia de haber rememorado hace unos días, en esta navidad, la historia de mi relación con la ya desaparecida editorial Manuel Aguilar y el especial cariño que tengo a su colección Crisol.


Aunque no podría precisar la fecha con exactitud, el primer libro de esa colección que llegó a mis manos. Fue un regalo de mi padre en unos de mis cumpleaños, posiblemente el decimoquinto o decimosexto, o quizás por estas fechas festivas. El libro en cuestión fue las “almas muertas” de Nokolai V. Gogol, una obra verdaderamente extraordinaria y que conservo con sumo cuidado y cuya lectura aconsejo encarecidamente.


En ese tiempo, la editorial Aguilar tenía un sistema de pago muy curioso del que me beneficié durante bastantes años: resulta que cada mes un empleado de esa empresa venía a cobrar una pequeña cantidad previamente acordada (me parece que eran al principio unas 15 pesetas), que se iban acumulando en una especie de cuenta de ahorro. De esto hace más de cuarenta años.


Cuando querías un libro, sólo tenías que consultar el catálogo de la editorial, comprobar si la cuenta tenía suficiente dinero y comprarlo sin más. No había intereses, ni demoras, ni nada más complicado. Todo muy sencillo, sin letra pequeña.


Recuerdo perfectamente la emoción que me producía saber que tenía la cantidad suficiente para adquirir algún libro. En principio de los más asequibles y luego algunos ya más caros.


La llegada del cartero con el pequetito de cartón, atado con unas cuerdecillas que le hacían inconfundible. ¡Por fin tal o cual obra en mi poder!


Con el paso de los años, y por ser un buen cliente, ya se podía comprar algún libro incluso si el dinero no era suficiente para pagar el total de la operación. Así llegaron Dostoievski, Shakespeare, Tolstoi . Knut Hamsum y otros muchos, entre obras completas, premios Nobel, obras escogidas o de teatro, como fue el caso de Ibsen, un autor por el que siento una gran estima.


Pero recuerdo con especial cariño los libros de la colección Crisol, que tenía -y tiene- un sabor especial. Unos libros de un tamaño pequeño y muy manejables muy bien encuadernados en un color rojo y sobre los más variados temas y autores: San Juan de la Cruz, Ramón y Cajal, Balzac y el citado Gogol son los que hoy por hoy me quedan.


Creo que alguno se ha quedando en el camino, o sea en manos de alguien insensato que no lo devolvió a su dueño. Entre ellas las “confesiones” de Agustín de Hipona.


Un buen día M. Aguilar (Tuéjar, 1888 – Madrid, 1965) se subió al carro de la modernidad. Ya no hubo más empleado que fuera cada mes a cobrar su recibo, sino que directamente se vendían en las librerías y se podía pagar con la tarjeta de crédito.


Para mí fue triste ver como la obra de Manuel Aguilar, que comenzó trabajando de corrector y edificó una prestigiosa firma, se desmoronó en un mundo en el que todo se reduce a la más nauseabunda de las rentabilidades.


Quebró en 1982 con una deuda de 480 millones de pesetas, la compró el Grupo Prisa en 1986, hoy también arruinado, y poco queda del trabajo de aquel valenciano ilustre, que inició nada menos que en 1923 esta aventura, salvo alguna calle y un museo biblioteca en su pueblo natal.


Sirva este comentario cebolletil para rendir un pequeño homenaje a este trabajador de la cultura.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

UN COCIDO CON SORPRESA


Cristina y Vicente tienen un pequeño restaurante en el pueblo donde vivo. Hace unos once años que se decidieron a abrir su negocio y,  por ahora, no se quejan demasiado,  aunque,  en los dos últimos años, han sentido la tenaza agobiante de la crisis.

Uno de sus servicios esenciales es ofrecer,  a un precio sensato,  un menú diario.  La mayor parte de los clientes son, entre semana, trabajadores de la construcción.  Digo son,  y tendría que decir eran,  porque en este pueblo, como en otros muchos,  el desparrame inmobiliario se acabó y,  por consiguiente,  la creación de puestos de trabajo ha dado paso al desempleo y a la falta de clientes.

El caso es que los miércoles toca cocido y hoy es miércoles.  Así que para celebrar que este año no acabaré siendo millonario porque no me ha tocado la lotería,  me he acercado hasta su restaurante para comer una buena sopa y después los correspondientes garbanzos con sus aditamentos. No se le da mal a Vicente la cocina y el cocido está bastante bien, aunque en el de hoy no había gallina.  Será por la crisis.

Como cualquier persona medianamente civilizada me gusta acompañar la comida con vino.  Evidentemente no puedo permitirme el lujo de pedir cada día un caldo  de cierta prestancia,  que suelo elegir entre un Rioja o un Ribera aunque,  si estoy en una zona determinada de nuestro excelso país, me puedo inclinar por un vino del territorio en cuestión. 

No hago ascos a los caldos hispanos salvo muy raras excepciones (que omitiré),  aunque también caen de vez en cuando franceses y lusitanos.

Sin embargo,  en ocasiones como las de hoy, me decanto (y nunca mejor dicho) por el vino del menú, siempre y cuando sea medianamente aceptable y no un brebaje que supere lo tolerable incluso para un paladar no muy exigente. Prefiero pagar un poco más a estropear la comida. 

La sorpresa ha llegado cuando Vicente me ha traído la botella del tintorro en cuestión y he visto la etiqueta: Marqués del Tirón.  Por Júpiter que me ha llamado la atención el nombre. Un marqués que se dedica a dar tirones acuciado por las deudas, o un marqués con mucho tirón;  algo, en todo caso, extraordinario.

Pero, no han acabado ahí mis sorpresas, pues al seguir leyendo, como tengo por costumbre, los datos sobre el vino en cuestión, destinado a acompañarme durante la comida, he visto que es de Coles (Ourense), la zona de nuestra amiga María Jesús. Curiosa coincidencia o,  ¿es acaso una señal que habrá que interpretar? Emocionante otrosí.

¿Quizás sea entonces que un marques decepcionado y anónimo se tiró al pozo de la foto de los relatos,  despechado por no haber logrado enamorar a nuestra amiga?  Y de ahí lo del tirón. Quién sabe.

Rápidamente he escanciado un poco de ese tinto, de color más bien claro, pues se trata de un sencillo vino de mesa joven y, bueno, se ha dejado beber. Y la primera copa ha su salud (de nuestra amiga) ha sido dedicada.

Después he comprobado que en aquella tierra de Coles hay varias bodegas que se dedican a la venta de todo tipo de vinos, entre ellos el ya famoso Mencia que de vez en cuando me suministran mis parientes (consortes) galaicos,  junto con queso de Chantada,  empanada,  chorizos y pimientos de Herbón para alimentar a un regimiento y,  por supuesto,  todo casero.

En fin,  que el vino de Coles ha llegado a este pequeño pueblo de la Comunidad de Madrid. Que sea para bien y para disfrute del personal. Ya me encargaré de ello.

Aprovecho la ocasión para desearos a todas y todos unas felices fiestas:
Bones festes, Zorionak. Boas Festas.