viernes, 31 de julio de 2009

EL CUMPLEAÑOS



6:05 am. Como cada mañana, suena el despertador. Y también, como cada mañana, me digo a mí mismo cuan innecesario es utilizar ese aparatejo por una persona que, como yo, está ya despierto bastante antes de la hora señalada. Mi cuerpo, o tal vez mi mente, después de tantos años de levantarme pronto, se ha acostumbrado a ese horario y mecánicamente está en vela mucho antes.

Es una costumbre absurda, una especie de rutina, de medida de seguridad por, si acaso, algún día, tras ocho años, no me despierto a tiempo y llego tarde la redacción.

Me levanto y, mientras me preparo para salir, pienso que me tengo que acordar de llamar a mi padre porque hoy hace exactamente 80 años que nació.

Ya está un poco cascado, sobre todo desde que a mi madre le comunicaron que tenía cáncer. Él no lo ha podido superar (pienso). Llevan tantos años juntos que no se hace a la idea de que la pueda pasar algo. “Si, es cierto ha dado un bajón en los últimos meses”, así que por nada del mundo me podría olvidar de su cumpleaños, ahora menos que nunca, sigo con mi pensamiento, mientras conduzco.

06:55 am. Entro en la redacción. Como cada día, soy el primero en llegar. Precisamente esa es mi obligación y, de ahí posiblemente, el temor a llegar tarde y toda la parafernalia del odioso despertador.

Las personas que están en el turno de noche están deseando que lleguen sus relevos para poder irse a descansar y me hago cargo de que a mí en su caso me pasaría exactamente igual.

Saludo a Luismi. Es el último compañero de ese turno en quedarse y me dice que no ha pasado nada, que todo está tranquilo. Se va, no sin antes desearme un ben día. Ocasionalmente nos enrollamos un poco más. Es un hombre de gran cultura y preparación. A veces pretende que a esas horas de la mañana, hablemos de teología o algo igualmente disparatado. Está un poco desequilibrado. Por eso le han enviado a ese turno.

07:05 am. Llega Ana. Ella es la redactora jefa de turno. Hasta las 08:00 am, somos las dos únicas personas que estamos en la redacción. Le doy las novedades, es decir nada de nada, y continúo con mi trabajo habitual. Paso a la línea las crónicas de TV, la previsión del tiempo y las efemérides del día para que los periódicos lo tengan cuanto antes.

Ana y yo llevamos ocho años compartiendo este horario y esa rutina. No se puede decir que tengamos una gran confianza pero si bastante cordialidad. Ella sabe que se puede fiar de mí y yo, aunque ella tiene mala fama, jamás he tenido queja de su comportamiento. Es una mujer atractiva, seria en el trabajo, pero en ocasiones algo insegura a la hora de tomar decisiones.

Alguna mañana, en la que no tenemos nada pendiente, me acerco a la dispensadora de bebidas y le traigo un café con leche y para mí un té. Soy adicto al té, en cualquiera de sus variedades.

Si, definitivamente, nos llevamos bien. Es curioso porque siempre he tenido mucha mejor relación con mis compañeras que con los compañeros.

Una vez que he terminado con la rutina, empezamos a charlar de banalidades, alguna broma sobre el día que nos espera y los preparativos del fin de semana, que va a estar cargado de trabajo.

07:20 am. Suena el teléfono de Ana. Es extraño porque a esa hora no suelen producirse llamadas, salvo la de algún compañero que comunica que se ha puesto indispuesto y o bien va a llegar más tarde, o que sencillamente no vendrá.

Pero no, hoy no es nada de eso.

Noto como le cambia la voz y procura que su interlocutor le aclare alguna cosa. Cuelga y me dice que llame a Protección Civil de la Comunidad de Madrid, porque parece que en la estación de Atocha ha sucedido algo, posiblemente una explosión, aunque no le han dicho si es un artefacto o cualquier otra cosa. Llamo, pero la línea está ocupada. También eso es extraño a esa hora.

"Esperemos que no sea lo que estás pensando", le digo; "esperemos", contesta, mientras ella se pone a llamar a los bomberos y yo insisto con Protección Civil. No nos da tiempo a seguir hablando.

07:25 am. Sólo han pasado tres minutos y mi vida va a cambiar por completo. Se produce una segunda llamada. La contesto, (es Luis de Protección Civil) y me dice que han ocurrido más explosiones en otros puntos de Madrid, que hay una gran confusión y que posiblemente haya decenas de muertos y heridos. Que me llamarán en cuanto sepan más detalles. Nos miramos si saber que hacer ni que decir. Estamos solos y nos sentimos solos.

07:27 am. Con los datos que tenemos preparamos un flash, es decir una noticia de una sola línea en la que se anuncia que una serie de explosiones se han producido en varios puntos de Madrid y en el extrarradio. No tenemos todavía más datos.

Seguimos llamando a todos los que nos pueden decir algo: Guardia Civil, Bomberos, Protección Civil, Delegación del Gobierno y ya no hay duda, se trata de una serie de explosiones en varios trenes de cercanías. Es una cadena de atentados.

Preparamos una segunda noticia en la que ampliamos los datos que hemos dado anteriormente. He (hemos) tenido el dudoso honor de ser los primeros periodistas españoles que han dado a conocer el atentado del 11 de marzo de 2004. La noticia salió de mi ordenador.

08:00 am. Llega el director y también muchos más compañeros de la redacción. Incluso los que estaban librando. El silencio es absoluto, las llamadas a nuestras fuentes, se hacen en un tono inusualmente bajo. La confirmación de la magnitud de la masacre nos aterra y nadie quiere ni necesita aparentar fortalezas que no existen.

Pasan las horas, llegan las noticias de la barbarie, las primeras imágenes: Atocha, Santa Eugenia, Calle Téllez...

13:05 pm. Casi 200 muertos y más de 1.500 heridos. Es el peor atentado que ha sufrido España y Europa.

14:00 pm. Recuerdo que tengo que llamar a mi padre y decirle que, desafortunadamente, no voy a poder a ir a verle ni comer juntos. Le llamo y hablo con él. Quedamos para otro día. Lo entiende perfectamente porque también ha sido periodista.

Lamentablemente ese fue su último cumpleaños y no pudimos celebrarlo. Nunca olvidaré esta fecha: 11 de marzo de 2004

jueves, 30 de julio de 2009

CANSANCIO

Llevo unos cuantos días sin escribir en este blog por la sencilla razón de que no se me ocurre nada digno que traer a esta compartida casa virtual y la verdad creo que para escribir chorradas es mejor no hacer nada. Además no quiero haceros perder el tiempo.


Y es que empiezo a estar seriamente cansado. Y no sólo me refiero a una fatiga física que, el terrible calor de estos días en esta meseta manchega agrava, sino también al desfallecimiento mental que me producen muchos de los acontecimientos con los que tengo que convivir cada día.

Es muy posible que alguno crea, no sin razón, que sin estar cansado igualmente lo que aquí traigo son tonterías. Puede ser, pero por lo menos están un poco más elaboradas de lo que lo estarían en esta situación de aplanamiento. Y, por supuesto, doy por sentado que vosotras y Troll no lo pensáis pero, también imagino, que hay otros visitantes que si lo estimarán así. Afortunadamente no dejan sus comentarios.

Así que en ocasiones me planteo, supongo como muchos de nosotros en algún momento, empezar a soltar lastre y abandonar todo aquello que me resulta fatigoso y acaba por convertirse en una carga más que en algo gratificante. Tranquilos, que no estoy pensando en este blog.

Por supuesto no pienso dar el latazo con cosas que no vienen a cuento, no voy a contar lo triste que es mi vida y que estoy deprimido. En primer lugar porque, aunque no sea una existencia con especiales alegrías, y que en el balance provisional tiene alguna sombra importante, en conjunto es aceptable, con lo cual me doy por conforme.

Pero hay otras cosas que muchas veces me fatigan bastante: por ejemplo, cuando decidí volver a la política activa, después de muchos años de alejamiento, sabía que el riesgo era alto, que las posibilidades de que, el poco tiempo que tengo para mi ocio quedara seriamente reducido, se iba a convertir poco a poco, o mucho a mucho, en una realidad. Sin embargo, sólo a mí, puedo culpar, sí es que en ello hay culpa, de semejante decisión.

Pero, desgraciadamente, el tiempo a cierta edad, no ya es que pase rápido, es que vuela, y eso tiene repercusiones significativas en mi estado de ánimo que, hace treinta años, no me preocupaban lo más mínimo. Y noto, además, que se me están quedando demasiadas cosas pendientes, sin cerrar definitivamente. Por supuesto, la política, no es una excepción.

Mi padre siempre me dijo que yo nací un siglo tarde; que por mi forma de ser tendría serias dificultades a adaptarme a estos tiempos. Claro, eso me lo decía hace ya una buena cantidad de años, o sea, que ahora la cosa debe ser peor. Y aunque yo pensara en su momento era una de sus muchas exageraciones creo, con la ventaja que me da el paso del tiempo, que algo de razón tenía, porque la verdad es que en muchas ocasiones me encuentro incomodo e inadaptado.

Deduzco que el problema debe ser mío porque los demás, los que habitualmente me rodean, actúan entre ellos de forma muy similar, por supuesto con las deferencias que siempre hay entre cada persona pero, eso sí, de acuerdo con un patrón muy parecido que responde a unos criterios que me resultan extraños.

Una de las cosas que más me cansa es el trabajo diario. Poque tengo que soportar unas situaciones, como la que he vivido hoy, que me producen auténtica indignación. La verdad es que no entiendo como puede haber gente que esté desempleada, con una preparación magnífica y con deseos enormes de trabajar y tengamos que aguantar y además proteger a una panda de vagazos que lo único que pretenden es trabajar lo menos posible. ¡Y encima son los más reivindicativos!

La falta de organización, la afición a echar balones fuera, la ley del mínimo esfuerzo, en fin todo aquello que suponga no asumir una responsabilidad por la que cada fin de mes se cobra. Eso sí, a los demás se les exige que estén siempre en disposición de actuar con celeridad, eficacia y además con buen talante, sin rechistar. ¡Que desfachatez!

Bueno, no quiero insistir sobre el tema y además tampoco creo que sea demasiado interesante. Supongo que es parte de la condición humana pero a mí me fastidia y mucho.

No os toméis estos comentarios demasiado en serio. Hoy no ha sido un buen día. Empezó mal y, tras conocer las noticias, fue a peor.

Os quiero

lunes, 27 de julio de 2009

ESTE BLOG

Hola a todas y a Troll:

Como creo que ya tengo a todas las personas que quiero en este blog me parece oportuno volver al sistema de permisos de acceso. Sin embargo, si ello os causa algún problema para entrar, me lo decís y vuelvo al de acceso libre.

La verdad es que siempre pensé que este blog sería más intimista que el otro, pero nunca llegué a pensar que llegaría a la situación que se ha provocado. No tengo inconveniente en compartir mis sentimientos con las personas a las que estimo, pero tampoco quiero que mis vivencias, mis tristezas o alegrías y mis pensamientos más recónditos sean tan públicos que cualquiera los pueda conocer. Espero y deseo que lo entendais no como una censura previa, sino como una precaución. De todas formas espero vuestra opinión que, para mí, es esencial.

Es posible incluso que todo esto necesite de una reflexión más seria y prolongada. Pero de momento prefiero seguir adelante y seguir contando con todos porque sé que sois de fiar y, en cierta medida, me queréis. Me da un poco de miedo todo esto.

un saludo, como siempre, cariñoso.

lunes, 20 de julio de 2009

LA DUDA

Un entierro siempre es triste y supongo que nadie pretende que sea otra cosa. Pero algunos son especialmente desconsoladores y esto se percibe mucho más a medida que pasan los años y empiezas a sentir más cercana tu propia muerte.

Además, siempre hay una parte de tu vida, por muy pequeña que sea, que se entierra también con esa persona a la que has conocido, con la que te has reído, cantado, jugado o sencillamente te ha dado de comer cuando eras pequeño. Sabes que jamás vas a poder vivir nuevamente todo eso y que, a partir de ahora, y eso en el mejor de los casos, será un recuerdo grato para algunos y para otros dentro de poco ni eso. Y sin embargo, quiso y la quisimos.


En cada despedida vamos perdiendo algo de nosotros mismos que está estrechamente vinculado al que acabas de enterrar.

Y, lo pretendas o no, allí, en ese mismo momento, eres consciente de que cualquier día puedes ser tu mismo el que estés metido en una caja de madera y desciendas lentamente hacia una fosa. Que una serie de miradas observen ese instante e, incluso, alguno tenga un gesto de dolor que lo humanice.

Y sabes que tú también pasarás a ser un vago recuerdo y poco más. Algo tan breve como el responso que el sacerdote reza mecánicamente porque, evidentemente, es su obligación. ¡Curiosa obligación! Recordar por obligación...

Y piensas en sí antes has hecho todo lo que tenías o debías de hacer o si, por el contrario, esa persona que se ha ido, se lleva alguna deuda con ella, de la que posiblemente tú no tenías ni la menos noción y que, ahora, jamás vas a poder saldar. Siempre me quedará la duda y esa no se entierra.

sábado, 18 de julio de 2009

UN DIA COMO OTRO

Me he levantado pronto, como casi todos los días, como cualquier otro, incluso los fines de semana y cuando estoy de vacaciones. Es una costumbre. Así aprovecho mejor el tiempo, porque pasa velozmente y me quedan algunas cosas por hacer.

A esas primeras horas de la mañana hay silencio y se puede leer o pensar tranquilamente, sin que nadie te moleste.

He preparado mi taza de té para acompañar a unas cuantas galletas María, de esas redondas, una de las pocas cosas que no han cambiado demasiado.

Después me he acercado a la Calle del Olvido. He visto que ella también ha madrugado. Ha sido un encuentro breve, pero intenso, y se lo he dicho. Me he despedido con un beso, el primero. La mañana ha empezado bien.

Mis plantas me reclaman. Necesitan algo de charla, limpieza y evitar que a algunas las de el sol de lleno. Me dan mucho trabajo pero no me importa, porque ellas lo agradecen con colores y contrastes que de otra forma sería imposible conseguir.

Suena el teléfono. Mi hermano me comunica el fallecimiento de una tía, hermana de mi madre. Era la última y con ella se acaban todos los integrantes de esa parte de la familia.

Tenía 98 años. Su vida no ha sido sencilla en absoluto, aunque en los últimos años encontró algo de la paz que siempre anduvo buscando con tan poco éxito. Supongo que no es fácil acostumbrarse a vivir con el peso los recuerdos de los años vividos, y viendo como lo que ha sido el eje central de tu vida, va desapareciendo. No, no debe ser sencillo.

Mañana es el entierro y no tendré ya a nadie a quien decirle que lo siento.

viernes, 17 de julio de 2009

DE LA TIERRA A LA LUNA, PASANDO POR BURGOS

El 16 de julio de 1969, es decir, hace nada menos que 40 años, los estadounidenses enviaron el Apolo XI, con tres señores dentro, a la luna. Se cree que llegaron, aunque algunos lo dudan. No diré que parece fue ayer mismo, porque además de ser un tópico un poco tonto, es que no lo parece en absoluto, por lo menos a mí, que soy quien escribe esto. Entonces era un chaval de 15 años y ahora... mejor lo dejo así.

Lo cierto es que pocas horas después de aquel acontecimiento planetario (este sí, Leire), yo iba a hacer mi primer viaje serio, o sea, largo. Hasta ese momento, lo más lejos que había ido era a Toledo (desde Madrid).

En España todavía mandaba un tal Paco: el del Pardo, el caudillo, el generalísimo, el hombre providencial, o como quieran ustedes que le llamemos: por ejemplo, Franco. Paciencia que ya llega la relación.

El tal Franco había encabezado el 18 de julio de 1936 el Glorioso Alzamiento (nada que ver con el sexo) contra las hordas rojas que querían convertir España en una sucursal de Pepe Stalin. Así que ayudado por la Iglesia católica (no toda) y algunos prebostes (estos todos) logró su propósito tras una guerra de tres años y varios disparates más. Pero dejemos ese asunto.

Así que, el 18 de julio de cada año, se celebraba por todo lo alto el aniversario de tan magno y épico acto; incluso daban a los operarios, pues los trabajadores no existían, una paga extraordinaria: la famosa paga del 18 de julio, que a muchos les arreglaba las vacaciones. Algún día escribiré sobre eso.

En 1969, ese año tan trascendental para la humanidad, el 18 de julio cayó en viernes. Ya por aquel entonces, aunque mucho menos que ahora, los españoles empezábamos a disfrutar de los famosos puentes. Los que tenían coche, mejor que mejor, y los demás pues en tren o en autocar, como se había hecho siempre. La mayoría iban a visitar su pueblo de origen (casa gratis) y algunos privilegiados a alguna playa.

Mi padre, pluriempleado, y que por tanto cobró nada menos que dos pagas extra, se había comprado meses antes, quizá en marzo, un coche de segunda mano (aún recuerdo la matrícula) de la marca Renault, concretamente, un Dauphine. Y con él viví mi primera experiencia viajera, no a la luna, sino a Burgos, que para mí entonces estaba tan lejos como para los yanquis ese satélite

Se preguntarán ¿Por qué Burgos? Una ciudad tan castellana, tan rigurosa, recia y seria, con su catedral, su clarete y sus morcillas (de Burgos, claro). Pues tiene su explicación: mi padre nació allí y mi madre, aunque de origen catalán, también, por esas cosas que tiene ser hija de un militar. Ya se sabe, hoy en Teruel, mañana en Burgos y pasado en El Pardo, si eres como Franco.

Ellos tampoco habían salido de Madrid, desde que hicieron si viaje de novios, que nunca he sabido por qué se llama así, si ya están casados los novios. Viaje que, por cierto, hicieron a... ¿Burgos? Exacto. Es decir que llevaban 16 años sin salir de Madrid. Hoy nos parece una barbaridad, pero entonces era así.

Como mi padre era a veces imprevisible y casi siempre imprevisor, no tuvo la prudencia de reservar habitación en algún hotel de su ciudad natal para asegurar que, al llegar, no tuviéramos que peregrinar hasta encontrar un alojamiento. Como éramos cinco, la cosa no resultó nada sencilla. Imagínense: el puente del 18 de julio, con la paga en bolsillo de las masas y con mucha gente ya de vacaciones , el lleno era casi absoluto, incluso, en Burgos. Pero retrocedamos un poco.

Por aquel entonces las carreteras no eran como las de ahora, ¡ni mucho menos! Un carril en cada sentido y se acabó y, nada de protestar, porque te podía costar caro si te oía alguno de esos que a la mínima te soltaban aquello de “usted no sabe con quien está hablando”, no a modo de pregunta, sino de amenaza. Así que el viaje desde Madrid a Burgos duró varias horas, con bastante calor y gran cantidad de coches, cargados hasta los topes. ¡Todos a Burgos! Deducción, llegamos muy cansados, muy tarde y con pocas ganas de búsquedas de hoteles. Pero...

El caso es que no había manera de encontrar un sitio parar dormir. Todo lleno, incluidos los hoteles más caros que yo creía que, por lógica, tendrían menos clientela. Pues nada, todo lleno, sin un cuarto donde poder descansar y tomar algún bocado. ¡Un desastre!

Hasta que paseando desolados y cargados con bolsas y maletas, vimos en un portal un letrero esperanzador: “Pensión Peña”. Rápidamente fuimos hasta el segundo piso donde se encontraba la patrona (ahora se llama recepcionista) y ¡albricias! había un cuarto con dos camas. El precio era 75 pesetas por noche.

Bendita pensión Peña (que aún existe) que apareció como por un milagro en la calle de la Puebla, que es donde precisamente había nacido mi madre. Verdadera y emocionante (para ella) casualidad. Por su puesto en este acontecimiento ella , como otras tantas veces en su vida, vio la “mano de Dios”, esa que años después usó Maradona para otros menesteres menos gloriosos.

Así que, lo que iba a ser una noche de hotel ( ¡por fin dormir sólo¡) se convirtió en un apretado cuarto a compartir con mis padres y mi hermano. El quinto viajero, que es un primo hoy día muy famoso, y que va a permanecer en el anonimato por ello, durmió en una habitación del hotel Ávila.

Han pasado nada menos que cuarenta años y es un recuerdo que tengo tan fresco como si lo hubiera vivido ayer. En definitiva qué me importaba a mí entonces, y ahora tampoco, que los americanos llegasen el 20 de julio a la luna, si yo iba a vivir una aventura en tierras del Cid que empezó la noche del 17 de julio en la amable pensión Peña.




jueves, 16 de julio de 2009

OLVIDO

Doloroso es el olvido.
Es negar la existencia
del que un día ha sido.

Indiferencia, soledad,
vivir sin vida,
estar vacío.
Eso también es olvido

Mirar de frente
el gélido rostro de la muerte,
sin una mano
que, en un instante,
en el último suspiro,
la tuya apriete.
Eso también es olvido

Sin una mirada que te mire
Sin unos ojos donde mirarte
Sin luz, sin un aliento
Sin más amigo que el silencio.
Eso también es olvido

Enfrentarte solo al paso absoluto,
A ese paso sin retorno.
Eso también es olvido.

Morir como has vivido,
Sin un recuerdo, sin un olvido.
Que eso, también es olvido.

miércoles, 15 de julio de 2009

UN DIA FUERON BELLAS

Dónde dejé olvidada mi utopía.
Tal vez en una calle triste, húmeda
y sombría,
donde algunas mujeres
que un día fueron bellas,
me ofrecían llevarme al paraíso
por un par de billetes
y una dosis de heroína.

Compartí, a veces,
esa ilusión de sexo y amor
y también una sonrisa.
No daban para más esas promesas
que cada noche engendraban

la mezcla del humo y la ginebra.

Y, entre sus senos y sus piernas,
se escaparon poco a poco,
juventud, ideales y creencias.
Ansia de libertad y Justicia,

entre besos, compartidas
nunca fueron conseguidas.

Ellas no entendían
esas fantasías libertarias.
Sólo deseaban
algunas monedas más
y un poco de heroína.

Y allí, con su tristeza
envuelta en trapos
y en estrellas
quedó definitivamente
olvidada mi utopía

SU VIDA JUSTIFICA MI EXISTENCIA

Quiero escribir algo sobre una vieja amiga. Una mujer que ha tenido y aún tiene- una importancia decisiva en mi vida, posiblemente mucha más de la que ella misma pueda imaginar.

Hace ya bastante años, en uno de esos momentos en los que parece que la vida te abandona y te planteas muchas cosas y muchas relaciones y muchas actitudes; cuando repasas tu intrahistoria y percibes la cantidad de cosas que has dejado incompletas, de ese enorme déficit que queda en todo lo que te habías propuesto conseguir, es cuando surgen a veces personas que, ni por lo más remoto, puedes llegar a creer como van a hacerte ver todo de otra forma.

Ella es joven, una lectora empedernida que durante años ha ido cuidadosamente guardando, primero para si misma, luego para compartirlos con los demás, una serie de comentarios de los libros que iba leyendo que, dicho sea de paso, son muchos.

Pues bien, rastreando en uno de esos días sombríos en busca de algún dato que me era necesario, ya no sé para qué y, además, tampoco importa, se produjo el milagro y encontré un enlace curioso sobre Dostoievski que era, el autor sobre el que quería lograr esa dato ya olvidado.

Vi que había una pagina en la que los lectores podían hacer sus comentarios de forma totalmente libre y, asimismo, se les animaba a que fueran algo generosos al emitir su opinión. Que no le limitaran a escribir “magnifico libro” o “es lo mejor que he leído hasta ahora”, señal inequívoca de que no te has enterado de nada. Me hizo gracia esa especie de exigencia para poder participar.

Me decidí y, aún con la duda de sí pudiese interesar, mandé mi largo comentario sobre “crimen y castigo” uno de los libros que más influencia ha tenido en mi vida. No sé si para bien o para mal. Lo envié, como digo, y me olvidé del asunto sumido en mis cuitas.

Hasta que un día llegó un correo que notificaba que mi comentario se había publicado, algo que comprobé de inmediato.

Pensé por un momento cómo sería ella y dejé volar la imaginación, tanto tiempo atrofiada. La verdad es que acerté en absoluto, porque la que tenía que ser una soltera, ya algo mayor, dedicada sólo a la lectura y a clasificar fichas y fichas ordenadamente cada día, era en realidad una joven madre, animosa, trabajadora y un poco tímida que compatibilizaba (todavía lo hace) sus labores “domésticas” con su afición a la literatura.

A estas alturas alguno se preguntará ¿quién es ella? Su nombre es ahora lo de menos. Los celos hacen que lo conserve sólo para mí. Lo esencial es que desde aquel instante, cuando vi mi comentario publicado, sentí que podría hacer algo que se saliera de la rutina en la que la vida, y yo mismo, me había encerrado y que, por añadidura, me permitiera dar a algún otro parte de mis propios pensamientos, de mismo a través de las fichas que ella iba publicando paulatinamente. Y también, ¡como no!, ver satisfecho mi ego.

Si alguno conoce o recuerda la historia de Piotr Ilich Tchaikovsky y la señora Von Meck, tendrá alguna idea muy aproximada de en que se convirtió mi relación esta mujer. Jamás la he visto en persona, y ni siquiera sé si eso va a ocurrir algún día. Sólo tengo un par de fotos que me han llegado por correo.

Pero durante todos estos años se ha convertido en casi todo: amiga, confidente, ayudante, consultora, asesora y a veces una especie de novia platónica y virtual. He hablado con ella tantas veces, sin que ella lo supiera, aunque quizá lo intuya, que muchas veces me vencía el insomnio en charlas y charletas.

Para muchos será una historia vulgar e, incluso, alguno pensará en amoríos frustrados. No, no puede ser así. Eso sería volver al pasado donde ya hubo demasiadas frustraciones. Demasiada ruina, demasiados desamores.

Nunca hasta ahora he tenido oportunidad de decirle lo mucho que le debo y lo importante que es para mi, porque su vida justifica mi existencia.

¿JUSTICIA?

He leído que alquien quiere hacer justicia a la familia de Rayán.

Pero, ¿qué clase de justicia puede haber ante dolor? No será que vamos a ofrecer a cambio de su muerte unos cuantos euros y algunas cabezas. Eso sería comprar un silencio y un acto de venganza respectivamente.

Frente al dolor sólo cabe la caridad (caritas=cariño) y apoyo. Una mano tendida.

No se debe prometer lo que no se puede cumplir. Los sacrificios humanos son parte de la historia. Y asumir la responsabilidad de un hecho no va unido a la crucifixión pública de un "culpable" para tranquilizar algunas conciencias.

lunes, 13 de julio de 2009

EL DÍA QUE NO DEBIÓ LLEGAR

Hoy es un día de tristeza. Uno de esos días que pasan a la pequeña historia de cada uno de nosotros como una fecha nefasta, horrible, que desearíamos que no hubiera llegado jamás.

Todos hemos pasado alguna vez por algo así, por ese estado de ánimo que nos sume en la mayor de las soledades.

Pero la muerte de un recién nacido en un hospital de Madrid, debido a un error terrorífico de una enfermera con escasa experiencia o sencillamente agotada o que estaba en el lugar inadecuado, es algo especialmente doloroso; de esas cosas que es mejor ni siquiera imaginar.

Me pongo en el lugar de la familia de Rayan, el niño fallecido, que en poco más de 15 días ha quedado absolutamente destrozada, con la muerte de la madre, Dalilah, por la gripe A y ahora por este otro trágico suceso. ¿Qué se les puede decir?

Si, hoy es un día triste y no encuentro más palabras.