viernes, 28 de diciembre de 2012

COMPARTIR TU VIDA




                                              Foto: T. Ruiz
                                                                    

Compartir tu vida,

Es no tener que preguntarte.

Compartir tu vida,

Es saber que flor quieres cada día

Compartir tu vida,

Es ver tus ojos cuando amanece.

Compartir tu vida,

Es escucharte cuando hablas.

Compartir tu vida,

Es pronunciar tu nombre con respeto.


Compartir tu vida,

Es besarte intensamente cada noche.

Compartir tu vida,

Es no dejar de amarte ni un instante

Compartir tu vida,

Es mirar juntos más allá del horizonte.

Compartir tu vida,

Es tomar tus manos suavemente

Compartir tu vida,

Es vivir contigo eternamente.

Compartir tu vida,

es vivir sencillamente









miércoles, 26 de diciembre de 2012

LA VENTANA.



                                                        Foto: Txema Ruiz

El viajero, con una cierta melancolía,  contempló el espacio exterior a través de la ventana cerrada y comprobó que,  a pesar de ser ya invierno, unas llamativas flores resistían en los geranios. Por un momento pensó que era este un esfuerzo de supervivencia extraordinario.

Al ver esas flores resistentes reflexionó sobre si merecía la pena sobrevivir a su imagen y semejanza, incluso en la mayor adversidad.

Se percató entonces de una cuestión esencial: su inmensa soledad, del vacío que lo rodeaba, de su rutina monocolor.  Nada que ver con las flores arracimadas y multicolores.

En realidad su vida,  su supervivencia diaria, era como el interior de aquella habitación oscura; una contradicción constante entre la penumbra encerrada entre esas tan conocidas  cuatro paredes y la claridad del exterior que solo veía  ocasionalmente,  casi siempre, a través de los cristales  que de alguna forma, casi seguro sin desearlo,  alteraban la realidad.

Se dió cuenta de que para él,  la cuestión de la supervivencia,  había cambiado de forma radical. Unos años atrás, no necesariamente demasiados, todavía era capaz de hacer planes para el largo tiempo; proyectos  que, necesariamente, engendraban supervivencia, una cierta forma de fe.

Ahora, ya se conformaba con ir apurando etapas cada vez más cortas, que  pese a todo,  consideraba logros merecedores de regocijo. Aún así,  no era capaz de llegar a la conclusión de si merecía la pena sobrevir,  para disfrutar aún de esos breves espacios de tiempo.

Pensar en lo qué hacer el año que viene, había dejado paso a qué hacer a la primavera que viene y,  al llegar ésta, esperar con serenidad la llegada del verano. El tiempo era cada vez más apremiante y seguramente escaso,  y los planes más condicionados.

El viajero se percató de que en su afán de supervivencia estaba cada vez más obligado a convivir solo con sus recuerdos e,  incluso llegaría el día en el que ya no quedarían ni ellos. Entonces, ¿era eso lo que llaman sobrevivir?

Se levantó lentamente y se acercó a la ventana, miró las flores con cierta empatía y pensó en la mujer que también amaba las flores. y entonces si creyó en la necesidad de sobrevivir.