martes, 23 de marzo de 2010

EL LAMENTO DE ISABEL BAYRAKDARIAN

                                     http://www.youtube.com/watch?v=Zqt0qB-XQNI







Cierro los ojos,  escucho su voz, que me transporta a otro mundo, a otra historia, a otra muerte. Estoy en Armenia y es 1915.

La canción "Dle yaman" que interpreta Isabel Bayrakdarian,  la soprano candiense de origen armenio,  fue en principio un canto de amor que, tras el genocidio armenio, se convirtió en un profundo lamento.

"Extraño a mi amada, no porque esté cuidando las ovejas, sino porque ha sido masacrada"

El autor del texto fue el poeta armenio Komitas Varpadet quien sobrevivió al genocidio pero jamás se recuperó y murió en un hospital mental en 1935. Isabel ha recopilado algunas de sus obras.

Creo (y espero) que si pinchaís el enlace que he puesto arriba se podrá escuchar su voz y, entonces, yo no tendré nada más que decir.  Es sólo un genocidio más,  es sólo una queja, un lamento más.

domingo, 21 de marzo de 2010

MONSARAZ




El Alentejo es una de las regiones portuguesas que, pese a que linda con España, se ha convertido siempre en tierra de paso: Lisboa y el Algarve parece que no pueden esperar. Pocos son los que se detienen y admiran lo mucho que hay que ver. Si acaso, una minúscula mirada para en Elvas y otra, algo mayor,  en Évora, declarada patrimonio de la Humanidad.

En ese Alentejo, sobrio, a veces melancólico y siempre acogedor, hay un pequeño pueblo, pegado al Guadiana, que se llama Monsaraz. Es una pequeña villa, en la que todavía es posible descansar, reflexionar, caminar sin prisas y admirar sus bellezas.

He aquí algunas fotos de Monsaraz:

1 Vista general del pueblo
2 Entrada al pueblo
3 Una calle
4 Desde el Guadiana
5 Picota
6 Mosaraz de noche














                                                            
                                                                                              

              


viernes, 19 de marzo de 2010

VIVERE CON LENTEZZA



Hace ya algún tiempo leí en el diario “El País” un reportaje que me llamó la atención porque vino a confirmar una sospecha que tenía con respecto a la vida en Madrid, y la sensación de que en esta ciudad todo el mundo va con prisa y, evidentemente, no me refiero al editor del susodicho periódico. Sencillamente andan a toda velocidad.

Según el citado informe, Madrid es la segunda ciudad del mundo, después de Nueva York, donde la gente anda más deprisa, no ya es sólo que vayan con prisa, es que van deprisa a todas partes. Mi temor quedó, casi plenamente confirmado.


Cuando intento dar un paseo, tranquilo, observando a las personas y las cosas que hay a mi alrededor, cuando acompaño a alguien a tomar un café mañanero, cuando salgo a comprar algo que necesito, me rodea la prisa, la velocidad. No es posible llevar un ritmo suave, te empujan a ir también a la máxima velocidad posible, algo que me parece francamente antinatural.

Si voy a tomar ese café –té en mi caso- tenemos que ir deprisa y corriendo para llegar antes que otros posibles clientes y que no nos quiten el sitio. Si me paro en un escaparate de un librería o de una tienda de quesos o de otro cosa que me interese, me da la sensación de que estorbo a quienes circulan por esa misma acera. No lo entiendo.

O aún peor, si quedo a comer con alguien inmediatamente coloca sobre la mesa el teléfono celular en espera de alguna llamada que tenga que contestar de forma rápida, y se pasa el rato mirando el reloj, como si tuviera prisa.


Por eso me ha parecido genial una iniciativa, que tiene ya cuatro años, pero que en España creo que es casi desconocida. Nació en Italia, en Milán y se llama “vivere con Lentezza, que traduciría como vive con calma, con quietud.

El 15 de marzo es el día mundial de esa iniciativa que, este año, también se celebró en Shanghai, una ciudad que también debe distinguirse por su escasa tranquilidad.

De lo que se trata de es acompasar nuestro ritmo a la naturaleza en el sentido más amplio de la expresión, No es necesario vivir constante y permanentemente e toda velocidad, como su tuviéramos que demostrar algo, ganar algo.


Que nadie se confunda, que no estoy defendiendo la parsimonia, la vagancia o la impuntualidad, sino la calma, la tranquilidad, el sosiego, la capacidad de hacer las cosas de forma natural, de aprovechar cada instante que nos da la vida, algo que por cierto, nadie puede predecir.

miércoles, 17 de marzo de 2010

MIS CIGÜEÑAS






Ignoro si en otros lugares de España se dice aquello de “por San Blas la cigüeña verás y si no la vieres año de nieves”. Supongo que si, que será un refrán muy común y, por lo que hace a este año, está plenamente acertado.

Con bastante retraso, respecto al tres de febrero, día de ese santo, mis cigüeñas ya han llegado. Ya las he visto en su nido, aletear y crotorar con su largo pico (por eso supe que había vuelto). Un nido que, curiosamente, no han construido sobre la torre-campanario de la iglesia, como era costumbre ancestral de estas aves transportadoras de vida, sino en lo más alto de una grúa, justo sobre el contrapeso de cemento.

La verdad es que la iglesia d mi pueblo es muy bajita para poner un nido de cigüeñas y éstas, aves verdaderamente inteligentes, han optado por situarse en un plano más alto, desde donde nos pueden observar con más tranquilidad y estar a salvo de contingencias desagradables en forma de “homo sapiens”.

Pero también estoy preocupado, porque temo que algún día la grúa desaparezca, una vez que se acabe la obra para la que está destinada, y las cigüeñas vean en peligro su nido, que es como decir su vida y la de su especie. Espero que por lo que se refiere a esa obra se alargue la crisis lo más posible.

Por si acaso, ya me he puesto en contacto con el concejal de IU en al Ayuntamiento para que se interese por mis cigüeñas, que pasen a ser protegidas y que la grúa, si se desmonta no constituya un peligro ni daño para esas aves. Espero que haga algo porque es persona con cierta sensibilidad.

¡Como cambian los tiempos! Ahora las cigüeñas se tienen que adaptar a las circunstancias y aposentarse allá donde buenamente pueden, víctimas del progreso, de la sociedad insensible a la que no le importa lo más mínimo si por San Blas vienen o no las cigüeñas.

En fin, el caso es que a mí me gusta pasar un rato sentado y observando sus movimientos, ver como levantan majestuosas el vuelo y vuelven con algo de comer para sus crías. Me gustaría que se quedaran definitivamente.

sábado, 13 de marzo de 2010

SOBRE DELIBES, SOBRE LA VIDA

He leído con atención lo que se ha escrito en muchos de los blog que sigo habitualmente sobre Miguel Delibes en el día de su muerte. Me ha gustado porque los comentarios no caen en la adulación, ni en la exageración oportunista a la que hay tanta afición en esta país, donde hacemos un ídolo una día para crucificarle al día siguiente.

Glosas elogiosas sí, pero sin parafernalia, profundas, sentidas, y llenas de conocimiento de la obra del autor, algo que se deja traslucir claramente por las líneas en las que de él se habla, en las que se dice lo que hay que decir, sin barroquismo, como el propio Delibes hacía.

Me ha dejado muy emocionado lo que ha escrito María Jesús, en Paradela de Coles, por su brevedad y por su valor, del que carezco, para afrontar de forma tan natural el momento de ver cercana la Hoja Roja. Así lo he manifestado en su blog, donde no he podido añadir nada más, porque no tendría, además, sentido. Ella lo ha dicho todo.

Pero es inevitable reflexionar a través de la estupenda obra de Delibes sobre el librillo de la vida. Ahora que veo muy cerca la edad de la jubilación, o de la prejubilación, que cualquiera sabe, empiezo a pensar cuántas hojas he malgastado a lo largo de los años. Hojas irrecuperables, que se han perdido para siempre.

Como Don Eloy, temo acabar aislado en el tiempo, no ya solitario, sino solo, entristecido aunque ahora crea que tango muchas cosas por hacer todavía. Pero yo no tengo hierba que segar, ni remolachas ni grelos. Sólo unos pobres tiestos.

Decía Delibes que la vida no puede ser para siempre, que no puede ser aplaudida, parece que era sincero al hacer se comentario, que no era unas actitud preconcebida. Pero también recuerdo a Goethe, quien sostenía que “con que esto es la vida, pues venga otra vez”. Pero es imposible, no hay vuelta atrás.

Lamentablemente Delibes no nos podrá contar nada más, ha agotado todas las hojas de su librillo. Me deja sumido en la duda.

domingo, 7 de marzo de 2010

TRUJILLO, PATRIA DE PIZARRO

Los días en Extremadura llegaban a su fin. Desgraciadamente la Semana Santa se acababa y, con ella, las pequeñas vacaciones que permitían una breve interrupción descanso en el curso escolar o, en el en el caso de los trabajadores, de las duras jornadas laborales.

Por tanto, tocaba regresar a Madrid y prepararse para resistir la correspondiente aglomeración de vehículos. No es que entonces hubiera muchos coches, lo que pasaba es que las carreteras estaban muy mal preparadas e, incluso con poco tráfico, ya estaban saturadas. En ese tiempo (1970) un carril en cada sentido y gracias.

Estas pequeñas excursiones tenían, de eso me acuerdo perfectamente, una función pedagógica que invariablemente se traducía en una serie de preguntas relacionadas con los lugares por los que pasábamos o que eran nuestro destino final. Era una especie de “ora et labora” para que no todo fuera ocio.

Durante las comidas o las cenas las conversaciones giraban casi siempre en lo que habíamos visto durante el día, pero siempre desde una perspectiva relacionada con el aprendizaje, con el conocimiento, con no pasar por la vida como una simple maleta. Claro que eso lo percibo ahora pero, entonces, era un poco rollo.

Así, por ejemplo, al cruzar por un puente que atravesara el Tajo, surgía la voz de mi madre que preguntaba dónde nace, dónde desemboca y los principales afluentes del Tajo. Daba igual que estuviéramos en Aranjuez, en Toledo o en cualquier otro los sitios que ese maravilloso río recorre hasta llegar a esa ciudad, para mí grandiosa, que es Lisboa. Y así prácticamente por cada lugar más o menos significativo.

Había pues que estar muy atento y ser raudo en la respuesta a fin de no recibir el correspondiente rapapolvo y la admonición subsiguiente, seguida de la amenaza de dedicar horas extras al estudio de la geografía o la historia. Las denominadas asignaturas de ciencias quedaban excluidas por pura lógica.

Nuestro destino era Trujillo, la patria de Pizarro, según los manuales de historia de la época y que era, además, la frase que contestaba de forma correcta a la pregunta esperada: Trujillo ¿Patria de?

Curioso eso de la patria de Pizarro, en un país en el que la única patria posible era la España “una, grande y libre” del dictador Paco Franco. En fin contradicciones de un régimen que tuvo bastantes.

Aún hoy, y han pasado casi 40 años, recuerdo la impresión que me produjo ver la Plaza Mayor de Trujillo que me pareció algo majestuoso, fuera de lo normal, lo nunca visto hasta entonces. La verdad es que constituyó toda una grata sorpresa.

Acostumbrado a las plazas cuadrangulares de Madrid y otras ciudades que tenían ese tipo de arquitectura, los espacios abiertos trujillanos, la forma irregular, los palacetes y las casas señoriales me parecieron excepcionales. Y, por supuesto, todo bajo la atenta mirada de Don Francisco (este se merece el Don) montado en su caballo.

Lamentablemente el tiempo apremiaba y la vuelta a Madrid nos impidió efectuar un recorrido por toda la ciudad para visitar, contemplar e impregnarse de todos los monumentos y de toda la historia que allí está encerrada.

Tras una buena comida en un restaurante de la plaza mayor, que aún hoy existe, vuelta a casa, cargado de recuerdos, de historia y de algún sustillo como el sucedido a la entrada de Cáceres.

Por supuesto, he vuelto muchas veces más a Trujillo, la última hace muy poco (menos de un año) y siempre la Plaza Mayor me produce la misma sensación imponente que aquel primer día. Sinceramente su tuviera que elegir una ciudad extremeña, sin que por ello desprecie a las demás, me quedaría con esta patria de Pizarro.