De vez en cuando, la verdad es que cada vez lo puedo hacer con menor frecuencia, me agrada eso que se suele denominar como “darse un homenaje”. No tiene porqué ser muy costoso pero, si ello es posible, sí que suponga algo muy distinto de lo que es cotidiano, un poco innovador.
Normalmente, por no decir que en la mayor parte de las ocasiones. me suelo decantar por comer algo especial, un poco más elaborado, acompañado de un buen vino; práctica que, afortunadamente y hasta nuevo aviso, se puede hacer perfectamente en nuestro país.
Y digo lo de hasta nuevo aviso, porque al paso que vamos, es posible que la comida y la bebida pasen a engrosar la larga lista de pecados o prohibiciones con las que fundamentalistas de uno y otro signo, nos amenazan permanentemente para preservar nuestra salud corporal y espiritual.
Bien, el caso, es que en el curso de mis investigaciones vinícolas descubrí un buen caldo francés, de Vaucluse, localidad cercana a Aviñón que es, dicho sea de paso, una de las “cités françaises” que más me gustan y de las que tengo un mejor recuerdo. Además es la patria de Mireille Mathieu que ya sería, por si sólo, suficiente motivo de alabanza.
El vino en cuestión, protegido bajo la denominación Pays de Vaucluse y llamado Domaine des Tours, pertenece a una bodega que tiene más de un siglo de historia, ya que fue fundada en 1880 por un señor llamado Albert Reynaud que era notario en Aviñón y que se quedó sordo a los 45 años, circunstancia que debe de ser incompatible con la función del notariado.
Así que ni corto ni perezoso, dejó Aviñón y se fue a Vaucluse donde creó la citada bodega que, afortunadamente, fue desarrollada por su hijo Louis quien fue el primero que embotelló el vino.
El que yo compré es un tinto muy aceptable y que estaba en oferta porque ya quedaban pocas unidades (jajá), así que no tuve que hacer una inversión demasiado alta. Todavía queda alguna botella que caerá en alguno de esos homenajes. No será difícil encontrar algún motivo que me permita descorcharla.
Vaucluse es, además, la ciudad natal de la madonna Laura, aquella inalcanzable dama provenzal a quien Petrarca conoció en una iglesia de Aviñón, según parece, y a la que dedicó su maravilloso Cancionero.
Disfrutemos, entonces, del cancionero petrarquiano, rememoremos a Laura, pensemos en Luna y su cisma y todo ello en compañía del vino de la bodega de nuestro amigo Reynaud a quien la naturaleza dejó sordo para nuestro gozo.