sábado, 30 de julio de 2011

UN HOMENAJE



De vez en cuando,  la verdad es que cada vez lo puedo hacer con menor frecuencia,  me agrada eso que se  suele denominar  como  “darse un homenaje”.  No tiene porqué ser muy costoso pero,  si ello es posible,  sí  que suponga algo muy distinto de lo que es cotidiano, un poco innovador.

Normalmente,  por no decir que en  la mayor parte de las ocasiones.  me suelo decantar por comer algo especial, un poco más elaborado,  acompañado de un buen vino;  práctica que, afortunadamente y hasta nuevo aviso,  se puede hacer perfectamente en nuestro país.

Y digo lo de hasta nuevo aviso, porque al paso que vamos,  es posible que la comida y la bebida pasen a engrosar la larga lista de pecados o prohibiciones con las  que fundamentalistas de uno y otro signo,  nos amenazan permanentemente para preservar nuestra salud corporal y espiritual.

Bien,  el caso, es que en el curso de mis investigaciones vinícolas descubrí un buen caldo francés, de Vaucluse,  localidad cercana a Aviñón que es, dicho sea de paso, una de las “cités françaises” que más me gustan y de las que tengo un mejor recuerdo. Además es la patria de Mireille Mathieu que ya sería,  por si sólo, suficiente motivo de alabanza.

El vino en cuestión, protegido bajo la denominación Pays de Vaucluse y llamado Domaine des Tours, pertenece a una bodega que tiene más de un siglo de historia,  ya  que fue fundada en 1880 por un señor llamado Albert Reynaud que era notario en Aviñón y que se quedó sordo a los 45 años, circunstancia que debe de ser incompatible con la función  del notariado.

Así que ni corto ni perezoso,  dejó Aviñón y se fue a Vaucluse donde creó la citada bodega que, afortunadamente,  fue  desarrollada por su hijo Louis quien fue el primero que embotelló el vino.

El que yo compré es un tinto muy aceptable y que estaba en oferta porque ya quedaban pocas unidades (jajá), así que no tuve que hacer una inversión demasiado alta.  Todavía queda alguna botella que caerá en alguno de esos homenajes. No será difícil encontrar algún motivo que me permita descorcharla.


Vaucluse es, además, la  ciudad natal de la madonna Laura,  aquella inalcanzable dama provenzal a quien Petrarca conoció en una iglesia de Aviñón, según parece,  y a la que dedicó su maravilloso Cancionero.

Disfrutemos, entonces, del cancionero petrarquiano, rememoremos a Laura,  pensemos en Luna y su cisma y todo ello en compañía del vino de la bodega de nuestro amigo Reynaud a quien la naturaleza dejó sordo para nuestro gozo.

sábado, 23 de julio de 2011

LA MUERTE DIGNA




Tras leer a María Jesús, de Paradela,  mujer sabia de la que siempre se aprende algo,  he recordado que,  al igual que ella,  soy de los que siempre tengo presente la muerte.  Pero a diferencia de ella, sí con tristeza y aún más con horror.


Tal vez,  sólo tal vez,  la palabra exacta no sea horror a la muerte,  sino a sus prolegómenos,  a la forma en la que se anuncia  y se va desarrollando. En definitiva,  es miedo al dolor insoportable, al sufrimiento innecesario.


Por eso, no entiendo a quienes se oponen, por el motivo que sea, a que las personas enfermas sin posible solución científica,  la única en la que creo,  puedan decidir de acuerdo con la Ley la elección una muerte digna de forma absolutamente libre.

No entiendo que por motivos, supuestamente morales, se quiera prolongar artificialmente la vida, incluso contra la voluntad expresa de quien padece. Rechazo categóricamente que esto pueda llegar a imponerse como norma legal.


También es posible que en esto influya el hecho de que, desgraciadamente, he conocido en primera persona, el sufrimiento que supone alargar sin necesidad la agonía de alguien, a sabiendas de que todo lo que se hace no es para buscar una solución médica, sino para prolongar la vida inútilmente.


“No se preocupe, no está sufriendo”. Esta frase, a la que acuden los facultativos para justificar su actitud, posiblemente, en la mayor parte de los casos, con la mejor intención y para tratar de aliviar la pesadumbre, olvida que el sufrimiento se traslada automáticamente a otras personas que, desgraciadamente, en muchos casos no son atendidas por nadie.


Horas y horas en habitaciones de hospital, en plantas de cuidados paliativos, viendo como cada día alguien que ha estado a tu lado ya no está porque ha fallecido, compartiendo y siintiendo otros dolores que no te son ajenos, con los que te llegas a identificar.


Si, reconozco que me horroriza la posibilidad de llegar a ser una carga adicional para alguien y, por ello, no entiendo a quienes por cualquier motivo querrán impedirme evitar a otros ese sufrimiento innecesario. Así que quiero elegir.