viernes, 17 de julio de 2009

DE LA TIERRA A LA LUNA, PASANDO POR BURGOS

El 16 de julio de 1969, es decir, hace nada menos que 40 años, los estadounidenses enviaron el Apolo XI, con tres señores dentro, a la luna. Se cree que llegaron, aunque algunos lo dudan. No diré que parece fue ayer mismo, porque además de ser un tópico un poco tonto, es que no lo parece en absoluto, por lo menos a mí, que soy quien escribe esto. Entonces era un chaval de 15 años y ahora... mejor lo dejo así.

Lo cierto es que pocas horas después de aquel acontecimiento planetario (este sí, Leire), yo iba a hacer mi primer viaje serio, o sea, largo. Hasta ese momento, lo más lejos que había ido era a Toledo (desde Madrid).

En España todavía mandaba un tal Paco: el del Pardo, el caudillo, el generalísimo, el hombre providencial, o como quieran ustedes que le llamemos: por ejemplo, Franco. Paciencia que ya llega la relación.

El tal Franco había encabezado el 18 de julio de 1936 el Glorioso Alzamiento (nada que ver con el sexo) contra las hordas rojas que querían convertir España en una sucursal de Pepe Stalin. Así que ayudado por la Iglesia católica (no toda) y algunos prebostes (estos todos) logró su propósito tras una guerra de tres años y varios disparates más. Pero dejemos ese asunto.

Así que, el 18 de julio de cada año, se celebraba por todo lo alto el aniversario de tan magno y épico acto; incluso daban a los operarios, pues los trabajadores no existían, una paga extraordinaria: la famosa paga del 18 de julio, que a muchos les arreglaba las vacaciones. Algún día escribiré sobre eso.

En 1969, ese año tan trascendental para la humanidad, el 18 de julio cayó en viernes. Ya por aquel entonces, aunque mucho menos que ahora, los españoles empezábamos a disfrutar de los famosos puentes. Los que tenían coche, mejor que mejor, y los demás pues en tren o en autocar, como se había hecho siempre. La mayoría iban a visitar su pueblo de origen (casa gratis) y algunos privilegiados a alguna playa.

Mi padre, pluriempleado, y que por tanto cobró nada menos que dos pagas extra, se había comprado meses antes, quizá en marzo, un coche de segunda mano (aún recuerdo la matrícula) de la marca Renault, concretamente, un Dauphine. Y con él viví mi primera experiencia viajera, no a la luna, sino a Burgos, que para mí entonces estaba tan lejos como para los yanquis ese satélite

Se preguntarán ¿Por qué Burgos? Una ciudad tan castellana, tan rigurosa, recia y seria, con su catedral, su clarete y sus morcillas (de Burgos, claro). Pues tiene su explicación: mi padre nació allí y mi madre, aunque de origen catalán, también, por esas cosas que tiene ser hija de un militar. Ya se sabe, hoy en Teruel, mañana en Burgos y pasado en El Pardo, si eres como Franco.

Ellos tampoco habían salido de Madrid, desde que hicieron si viaje de novios, que nunca he sabido por qué se llama así, si ya están casados los novios. Viaje que, por cierto, hicieron a... ¿Burgos? Exacto. Es decir que llevaban 16 años sin salir de Madrid. Hoy nos parece una barbaridad, pero entonces era así.

Como mi padre era a veces imprevisible y casi siempre imprevisor, no tuvo la prudencia de reservar habitación en algún hotel de su ciudad natal para asegurar que, al llegar, no tuviéramos que peregrinar hasta encontrar un alojamiento. Como éramos cinco, la cosa no resultó nada sencilla. Imagínense: el puente del 18 de julio, con la paga en bolsillo de las masas y con mucha gente ya de vacaciones , el lleno era casi absoluto, incluso, en Burgos. Pero retrocedamos un poco.

Por aquel entonces las carreteras no eran como las de ahora, ¡ni mucho menos! Un carril en cada sentido y se acabó y, nada de protestar, porque te podía costar caro si te oía alguno de esos que a la mínima te soltaban aquello de “usted no sabe con quien está hablando”, no a modo de pregunta, sino de amenaza. Así que el viaje desde Madrid a Burgos duró varias horas, con bastante calor y gran cantidad de coches, cargados hasta los topes. ¡Todos a Burgos! Deducción, llegamos muy cansados, muy tarde y con pocas ganas de búsquedas de hoteles. Pero...

El caso es que no había manera de encontrar un sitio parar dormir. Todo lleno, incluidos los hoteles más caros que yo creía que, por lógica, tendrían menos clientela. Pues nada, todo lleno, sin un cuarto donde poder descansar y tomar algún bocado. ¡Un desastre!

Hasta que paseando desolados y cargados con bolsas y maletas, vimos en un portal un letrero esperanzador: “Pensión Peña”. Rápidamente fuimos hasta el segundo piso donde se encontraba la patrona (ahora se llama recepcionista) y ¡albricias! había un cuarto con dos camas. El precio era 75 pesetas por noche.

Bendita pensión Peña (que aún existe) que apareció como por un milagro en la calle de la Puebla, que es donde precisamente había nacido mi madre. Verdadera y emocionante (para ella) casualidad. Por su puesto en este acontecimiento ella , como otras tantas veces en su vida, vio la “mano de Dios”, esa que años después usó Maradona para otros menesteres menos gloriosos.

Así que, lo que iba a ser una noche de hotel ( ¡por fin dormir sólo¡) se convirtió en un apretado cuarto a compartir con mis padres y mi hermano. El quinto viajero, que es un primo hoy día muy famoso, y que va a permanecer en el anonimato por ello, durmió en una habitación del hotel Ávila.

Han pasado nada menos que cuarenta años y es un recuerdo que tengo tan fresco como si lo hubiera vivido ayer. En definitiva qué me importaba a mí entonces, y ahora tampoco, que los americanos llegasen el 20 de julio a la luna, si yo iba a vivir una aventura en tierras del Cid que empezó la noche del 17 de julio en la amable pensión Peña.




4 comentarios:

  1. Madre mía, qué buen post!

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  2. No sólo de política vive el hombre (ni tampoco Macarena).

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  3. Gracias María. Eres muy amable.

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  4. Me ha encantado este viaje íntimo en el tiempo....

    Parece mentira como cambian las cosas en el tiempo.. como lo hacen dentro de nuestra vida y fuera de ella, como redimensionamos la (nuestra) realidad continuamente.. casi tan rápido como la olvidamos para hacer sitio a otra nueva que, aunque no lo recordemos bien, difiere a menudo poco en la esencia de la anterior.... Lo que mencionas que para ti era tu particular viaje a la luna, unos años antes habría sido uno equivalente al ir en bicicleta hasta el pueblo vecino.. y no muy diferente al que fue salir de la cuna o, simplemente desplazar la vista por el techo que tenías encima antes de salir de ella.... En el fondo el cerebro es como un queso que se va partiendo en trozos a medida que las vivencias aumentan, de forma que a lo que antes se dedicaba todo el cerebro, se le va dedicando cada vez un trozo más pequeño.... El resultado es que probablemente percibimos cada vez menos matices, pero de más cosas.. siendo el resultado a la postre equivalente. Cambiando los 'juguetes'...
    Con el tiempo pasa algo similar a esto... y cada vez transcurre más rápido.

    75 pesetas?.... Ufff.... inflación del 16600%.... Dentro de unos años costará una noche de hotel quizás 4000 euros.... (si llega/amos)

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