sábado, 22 de agosto de 2009




En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo: Franco. Burgos, 1º de abril de 1939."


El último parte de la guerra, escrito personalmente por el golpista Franco se escuchó con estremecimiento entre muchos ciudadanos madrileños. La casa donde vivían la mujer de Rafael y su hijo y su hija de 14 y 4 años respectivamente, no fue una excepción. A los pocos días iban a comprobar por sí mismos lo que significaba el final de la guerra para ellos.

Hasta ese momento, ellos tres habían vivido en un piso de la calle de Humilladero, en uno de los barios más clásicos de Madrid. La mujer enferma y sin poder moverse de la cama y los dos chicos habían sorteado hasta entonces, gracias a los vecinos, las calamidades del asedio que sufrió la capital de España.

Pocos días después de acabada la guerra, se presentó en esa finca un tipo falangista que sacó a punta de pistola a los tres. Este personaje sería después alcalde Madrid y el que informó de la muerte de Franco, su nombre: Carlos Arias Navarro.

Así pues los tres tirando de un carro donde llevaban todas sus pertenencias, se encaminaron hacia Carabanchel, donde habían oído que, por los efectos de la guerra, había muchas casas abandonadas, dada la proximidad del frente que había dejado su terrible huella en forma de destrucción casi total. Los desplazados no es un invento nuevo.

Algunas horas después, consiguen encontrar una que esta medio derruida pero que sirve, al menos, como refugio provisional. Allí pasan algunos días hasta que encuentran, dentro de esa misma zona alguna que está en mejores condiciones.

Por supuesto, nada de luz, nada de agua corriente y nada de camas. Sólo unas velas, unos colchones y el agua que se puede conseguir en una fuente próxima. Allí cada día, se concentran multitud de mujeres que, al igual que la de Rafael, o no saben nada de sus maridos, o saben que se han quedado sin ellos para siempre.

Sin embargo, pese a las condiciones tan duras, existe la solidaridad y allí se gesta el germen de algunas amistades que perdurarán a lo largo de muchos años. Nombres de heroínas anónimas.

Después de nueve meses Rafael es liberado. Se ha demostrado que no tiene pendiente delitos de sangre y que es sólo un pobre albañil al que los rojos han engañado. Se le devuelve a Madrid, con un equipaje que consiste en la ropa que lleva puesta y un kilo de naranjas. Y así llega a la ciudad.

Lo único que dijo al volver es que en aquel campo había conocido el mar. Nunca habló nada más de su estancia allí, nunca dijo nada más de esa etapa.

Rafael no era el mismo. De alguna forma el chico que se apeó un buen día en la estación del Mediodía quedó enterrado para siempre en ese campo de Valencia. Era un hombre, que a pesar de tener sólo 32 años parecía mucho mayor, era un derrotado en el sentido amplio de la palabra.

Él era consciente de que el futuro era muy sombrío; nadie querría dar trabajo a un derrotado, a un perdedor, a un rojo. Así que de nuevo vuelta a las chapuzas, a pedir favores, a trabajar horas y horas para lograr llevar algo a una casa, que ni siquiera merece ese nombre.

Las relaciones con su mujer se deterioran poco a poco, el desempleo, la miseria, el hambre y, sobre todo, el silencio, acaban por aniquilar lo poco que quedaba entre ellos después de tantos años de penalidades. Rafael empieza a dedicar más tiempo al alcohol de lo que sería deseable. Se hunde.

Finalmente se decide por agarrar una cesta y vender por las calles, caramelos y chucherías para los niños. ¿Pero qué niños van a comprar caramelos cuando no tienen ni para lo más necesario? Pasa el tiempo, crece la amargura y el silencio se vuelve insoportable.

Finalmente tiene algo de suerte porque, gracias a su tenacidad, consigue un empleo estable en una casa de comidas. Es trabajador y serio y con, el tiempo, llega a ser el responsable de todos los camareros. Pero el mal está tan dentro que esto ya sirve de muy poco.

En esa época es cuando yo le conocí, cuando tengo memoria de él. Recuerdo su seriedad, sus prolongados silencios, su preferencia por la soledad. Recuerdo su tristeza, su mirada muchas veces perdida. Poco más. Algunos años más tarde se fue también para siempre.


Nota: Este relato está basado en hechos absolutamente reales. Sólo he omitido el nombre de las personas que estuvieron vinculadas a él, porque no aportaría nada a la historia darlos a conocer. No así, en cambio, el de los políticos.

Pese a que le conocí muy poco, tengo la seguridad de que Rafael fue un buen hombre y un excelente abuelo.

7 comentarios:

  1. Antes de leer con detenimiento, decirte que Rafael ha sido y será el mejor Abuelo que jamás hayas soñado.. ¿Verdad, Txema?
    Ahora dejando ir mi emoción voy a leer...
    Un abrazo.

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  2. Pues ha sido un placer conocer este hecho real, de Rafael, para darnos cuenta de lo había, y qué pena he sentido al leer cuando dices que nadie quería dar trabajo a un derrotado, a un perdedor, a ¡¡¡¡¡un rojo!!!!!

    Pasó calamidades, envuelto en la miseria, en el hambre, en el silencio, y en el alcohol porque se hundió.

    Gracias, por compartir esta historia.

    Saludos.

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  3. Preciosa historia Txema,siempre su recuerdo estará en tu corazón,cuando leo estas cosas me reafirmo más en ser ROJA, roja como la sangre.Un petó.

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  4. Bordado, Txema, bordado. ¿ Seré roja, o seré de otro color?. NO importa.

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  5. Querido Txema, una dramática vida la de Rafael, común en aquellos aciagos días, pero que no quita dramatismo a su propia historia. Me ha fascinado como narras, sin adjetivos, sin aditamentos. La cruda historia. Sin más. Es muy difícil escribir con esa precisión y también con esa elegancia. Si, me ha gustado mucho.
    Un beso fuerte aún por los lares norteños.

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  6. Querido Txema:

    La verdad es que me ha gustado mucho como relatas la historia.

    Está llena de tristeza, tan real como la vida y como dice Carmen escribes con elegancia y precisión.

    Mil besoss

    Sara

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  7. En privado. Creo que ya te dije que mis abuelos estaban en el bando contrario, no por afinidad política, más bien creo que fue una cuestión de ¿suerte?. Evidentemente su vida postguerra fue menos dura que la de Rafael, aunque tampoco estaba el horno para muchos bollos.
    Encuentro un punto en común con Rafael. Nunca, nunca, nunca quisieron hablar de la guerra más allá que para decir que era una porquería que sólo traía desgracias. Quien dice lo contrario miente o es un hijo de....
    Muchas gracias por hablarnos de Rafael

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