lunes, 14 de marzo de 2011

EL HOMBRE DE LA ESTACIÓN

Como cada tarde, desde hacía muchos años,  aquel a quien llamaremos “ T” (su nombre no importa)  se sentó en el banco más próximo al viejo reloj de la estación,  que no funciona víctima de los tableros digitales que, además informar de la llegada o salida de los trenes, anuncian la hora y hasta la temperatura. Para nosotros es el hombre de la estación.


Después de la rutinaria jornada de trabajo y apenas sin comer, “T” se sienta tranquilo,  observa y espera, como todos saben.

Durante todos esos años ha visto pasar toda clase de personas y percibido multitud de escenas: lágrimas, alegrías, despedidas, enfados, carreras, besos, abrazos y alguna riña.

Pero hasta ahora,  entre todas ellas, jamás la definitiva,  la que  esperaba, el retorno de la se fue sin decir ni siquiera adiós. Han pasado ya muchos años, muchos trenes, muchas vidas, pero, como todos saben,  “T” sigue esperando.

Ha pasado tanto tiempo que ya los empleados de la estación, los compañeros de trabajo, los vecinos han dejado de murmurar sobre su comportamiento. Lo que al principio fue la comidilla y el motivo de conversación de todos,  en los bares, las alcobas y en las escasas tiendas,  ha dejado de tener interés.

El el tiempo también ha obrado en este caso su cruel trabajo de olvido.

Hubo una época en la que hasta los interventores, cuando aún los había,  preguntaban si  “T”  seguía sentado en su banco, si por algún motivo creían no haberlo visto.  Si,  no había faltado ni un sólo día.

Ciertamente,  para los poco caritativos (la mayoría) era un loco y los menos dispuestos a la burla,  un excéntrico. Pero para todos era un personaje distinto, raro, solitario, taciturno, posiblemente amargado.

Como todos lo saben todo,  a nadie interesó el motivo de la terquedad de sentarse en aquel banco durante años. Jamás una sola conversación, una sola palabra, una pregunta.

Entre los que han entrado y salido, durante todos esos años, nadie se ha fijado en "T",  allí sentado en su banco,  con algún libro entre sus manos.

 Ah, si no hubiera sido por los libros, que largas se hubieran hecho las horas en aquella estación de paso, sentado en un banco que nadie más usa, no se sabe si por miedo o por respeto, o aún peor,  por indiferencia, como “T”, suponía.

Nadie se ha molestado jamás en saludarlo, a veces tiene la impresión de ni siquiera está allí sentado, tal es el escaso interés que su persona causa entre los demás. Si algún niño lanza una mirada de curiosidad,  inmediatamente la persona que lo acompañaba le da un tirón para que acelere el paso.

Sin embargo, todos los saben: espera que algún día vuelva la que se marchó sin decir adiós, sin una sencilla nota, una pequeña explicación por muy incoherente que fuera. Todos saben todo, por eso no han preguntado. No se pregunta sobre lo que se sabe

Lluvia, frío, calor, azul, grise, amarillo, rojizo; olores y colores  diferentes,  acordes con la época del año, eran también testigos, igualmente mudos de su espera.

Pero éstos son mejores compañeros porque aparen puntuales cada año, fieles a su encuentro, sin más.

Como cada tarde, llegó la hora de cerrar aquella estación de paso. Hasta la mañana siguiente, bien temprano, no recuperará su actividad, lo mismo que él tendrá que presentarse en su puesto de trabajo donde todo se limita a un buenos días y poco más. Poco hay que hablar entre los que lo saben todo.

Se levantó con su libro y,  por primera vez en muchos años, un esbozo de sonrisa quedó diseñado en cara. Ya no tendrá que volver a sentarse en el banco de la estación. Pero eso sólo él lo sabe. 

16 comentarios:

  1. Una de dos o llego la que se le fué sin decir adiós o le llegó su turno de subirse al tren para llegar a las puertas de San Pedro, pero eso, sólo lo sabes tú.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Efectivamente Myr, sólo lo sé yo. Jajaja. Pero te aseguro que de san Pedro nada de nada.

    Saludos

    ResponderEliminar
  3. Bueno, nos dejas curiosos, como siempre.
    Estilo depurado, verbo fácil,... Complicada la creatividad en estos tiempos ¿no crees?
    Saludos y felicitaciones progresistas de Madrid.

    ResponderEliminar
  4. Gracias Marcos. Pues estaba pensando en continuar con esta historia pero no sé si sabré. Jajaja. La verdad es que posiblemente sea mejor así, con un poco de misterio.

    saludos

    ResponderEliminar
  5. Otro beso pata ti muy, muy fuerte.

    Saludos

    ResponderEliminar
  6. Lo mejor es quitar este banco ya inútil..buscar un asiento más confortable ante una mesa y con unas copas de Lamb.... noooo! Aúnque a Geni y a mí nos gusta, nos sacrificaremos y no te haremos esta afrenta..¡Un Vega Sicilia!

    Besos, sin banco!

    ResponderEliminar
  7. Antes incluso las esperas desesperanzadas eran románticas. Ahora todos los trenes llegan a su hora y se ha perdido magia. jejeje.

    ResponderEliminar
  8. Pues Martine, para mi no sería demasiado problema lo del vino ese que has dejado a medio nombrar. Algo más lo sería el Vega Sicilia, porque no sé si me llegaría el sueldo. jajaja.

    ResponderEliminar
  9. Es verdad ahora las estaciones y los trenes han perdido todo su romanticismo. ¿Cómo puede ser romántico ver bajar a alguien de un AVE?

    saludos

    ResponderEliminar
  10. Hola Susana, así hay más emoción y me seguís leyendo. Jajaja

    besos

    ResponderEliminar
  11. Misterioso sé que es este hombre de la estación, Txema. Pero hay que respetarlo: él decidió estar allí y él decidió levantarse un buen día.
    Un relato lleno de romanticismo, con ese olor a ferrocaril que me gusta.
    Un gran abrazo.

    ResponderEliminar
  12. Gracias Isabel. Posiblemente volveremos a saber de "T".

    besicos

    ResponderEliminar
  13. ¡Y el gesto de cerrar el libro! Quizá allí esté el secreto.

    ResponderEliminar
  14. Perdo, "T" es un pesonaje curioso. La verdad es que como dicen en las películas este relato está basado en un hecho real.

    saludos

    ResponderEliminar