Hace unos días, exactamente el 18 de diciembre, comentaba con Rafael García Almazán durante una excelente comida arrocera, y delante de unas damas que lo pueden confirmar, que a estas alturas de nuestra vida ya somos un poco abuelos cebolleta, capaces de aburrir al más pintado con nuestras batallitas, con nuestros ya muy viejos recuerdos que, posiblemente, interesen a pocas personas.
Me viene esto de los recuerdos a la memoria como consecuencia de haber rememorado hace unos días, en esta navidad, la historia de mi relación con la ya desaparecida editorial Manuel Aguilar y el especial cariño que tengo a su colección Crisol.
Aunque no podría precisar la fecha con exactitud, el primer libro de esa colección que llegó a mis manos. Fue un regalo de mi padre en unos de mis cumpleaños, posiblemente el decimoquinto o decimosexto, o quizás por estas fechas festivas. El libro en cuestión fue las “almas muertas” de Nokolai V. Gogol, una obra verdaderamente extraordinaria y que conservo con sumo cuidado y cuya lectura aconsejo encarecidamente.
En ese tiempo, la editorial Aguilar tenía un sistema de pago muy curioso del que me beneficié durante bastantes años: resulta que cada mes un empleado de esa empresa venía a cobrar una pequeña cantidad previamente acordada (me parece que eran al principio unas 15 pesetas), que se iban acumulando en una especie de cuenta de ahorro. De esto hace más de cuarenta años.
Cuando querías un libro, sólo tenías que consultar el catálogo de la editorial, comprobar si la cuenta tenía suficiente dinero y comprarlo sin más. No había intereses, ni demoras, ni nada más complicado. Todo muy sencillo, sin letra pequeña.
Recuerdo perfectamente la emoción que me producía saber que tenía la cantidad suficiente para adquirir algún libro. En principio de los más asequibles y luego algunos ya más caros.
La llegada del cartero con el pequetito de cartón, atado con unas cuerdecillas que le hacían inconfundible. ¡Por fin tal o cual obra en mi poder!
Con el paso de los años, y por ser un buen cliente, ya se podía comprar algún libro incluso si el dinero no era suficiente para pagar el total de la operación. Así llegaron Dostoievski, Shakespeare, Tolstoi . Knut Hamsum y otros muchos, entre obras completas, premios Nobel, obras escogidas o de teatro, como fue el caso de Ibsen, un autor por el que siento una gran estima.
Pero recuerdo con especial cariño los libros de la colección Crisol, que tenía -y tiene- un sabor especial. Unos libros de un tamaño pequeño y muy manejables muy bien encuadernados en un color rojo y sobre los más variados temas y autores: San Juan de la Cruz, Ramón y Cajal, Balzac y el citado Gogol son los que hoy por hoy me quedan.
Creo que alguno se ha quedando en el camino, o sea en manos de alguien insensato que no lo devolvió a su dueño. Entre ellas las “confesiones” de Agustín de Hipona.
Un buen día M. Aguilar (Tuéjar, 1888 – Madrid, 1965) se subió al carro de la modernidad. Ya no hubo más empleado que fuera cada mes a cobrar su recibo, sino que directamente se vendían en las librerías y se podía pagar con la tarjeta de crédito.
Para mí fue triste ver como la obra de Manuel Aguilar, que comenzó trabajando de corrector y edificó una prestigiosa firma, se desmoronó en un mundo en el que todo se reduce a la más nauseabunda de las rentabilidades.
Quebró en 1982 con una deuda de 480 millones de pesetas, la compró el Grupo Prisa en 1986, hoy también arruinado, y poco queda del trabajo de aquel valenciano ilustre, que inició nada menos que en 1923 esta aventura, salvo alguna calle y un museo biblioteca en su pueblo natal.
Sirva este comentario cebolletil para rendir un pequeño homenaje a este trabajador de la cultura.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
¡Qué recuerdos, Txema! Aquellas cuentas de libros en Aguilar (también Espasa). Mi padre tenía una y luego tuve la mía. Él compraba, como tú, esas obras completas en tapas de piel y papel biblia ( recuerdo bien el de García Lorca en un solo tomo por entonces). Leía los crisoles de mi padre y guardo, como su herencia más preciada, junto con más de 1000 cintas cassette, unos 50 crisoles y algún crisolín.
ResponderEliminarConforme leía su entrada, he ido a acariciar algún lomo rojo pues animales, no pero de compañía lo son desde casi la infancia y espero que algún sobrino o amigo los acepte en herencia y le proporcionen tanto placer de lectura como me proporcionaron a mí.
Un abrazo y doy fe de la conversación relatada con el kabileño
Uchos años. Me has
Gracias a aquella cuenta compré unos increíbles libros de arte que también conservo con mimo. Tenían hasta diapositivas.
ResponderEliminarMás abrazos
Me produce gran satifacción lo que me cuentas, porque veo que todavía quedamos algunos románticos del libro. Tengo aquí conmigo mis crisoles y algún crisolín y los de papel biblia.
ResponderEliminarRecuerdo también los estupendos atlas de Aguilar que me servían tanto para aprender geografía como para ver carreteras e imaginar viajes. ¡Que maravilla!
En mi caso también fue mi padre quien me inició en esa añorada editoral y su cuentecilla.
Y, dicho sea de pasada y para general conocimiento, que agradable fue la comida con vosotras y don Kabi, pese a que estemos cebolletas.
besos
Es verdad lo de los libros de arte. Tengo uno del Museo de Bellas Artes de Bilbao con unas diapos geniales. Me alegro de recordar estas historias.
ResponderEliminarbesos de nuevo
gracias por compartir tus recuerdos, es una entrada preciosa. Nostalgia de vida.
ResponderEliminarbesitos y feliz año
Tu sabes Txema qué hay pocos coleccionistas que tengan la colección completa de los "crisolines"?
ResponderEliminarCarisimas ediciones, con piel de Ubrique y papel biblia. Un auténtico lujo de bibliófilo.
Preciosos recuerdos.
Un beso
Soy uno de esos pocos, heredé de mi padre algunos y adquirí poco a poco los demás.
EliminarLos crisolines de Aguilar son una verdadera proeza editorial
Sí, los libros son algo magnífico. Cuando adquieres un título nuevo es como si descubrieses un verdadero tesoro.
ResponderEliminarFeliz año 2011.
Crecí con esos libritos. Los adoraba, tan pequeñitos como yo. Tengo todos los que compraron mis padres, no muchos, por desgracia y algún crisolín. Feliz entrada en el nuevo año y un fuerte abrazo, ah y gracias por el recuerdo.
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios. Me alegro de que todavía queden Crisoles y Crisolines en manos de personas que los sepan apreciar.
ResponderEliminarsaludos
Espera, voy a contarlos.
ResponderEliminarUn crisolín ("La barraca" de blasco Ibáñez).
30 crisoles rojos y¡¡¡¡uno azul!!!!:"Graziella" de Alphonse de Lamartine, quinta edición 1964.
Solamente para que veas que no estás solo y "no estamos locos, hacemos lo que queremos"...
Muy bien María Jesús. Nada menos que 30 crisoles, que estupendo. Podíamos hacer un club de fans de Crisol. Me das una alegría.
ResponderEliminarEn crisolin estamos empatados. El mío es "adios cordera".
besos
Pues yo soy de esas pocas personas (me vas a permitir poner en duda la cuantía, que no se aburren con tus escritos. Es más, disfruto sobremanera.
ResponderEliminarUn saludo, Txema.
Gracias Menda. Me alegro un montón.
ResponderEliminarBesos
Que buen relato el tuyo, Txema. Creo que en casa de mis abuelos había algún que otro librito de estos. Si uno se fija bien, qué poco ha durado el esplendor del libro, de la cultura bien hecha en esta modernidad que mencionas.
ResponderEliminarUn abrazo y venturas en 2011.
La verdad, que como vos bien decís, toda una aventura...
ResponderEliminarNo sabia que los libros se vendían de esa manera, la verdad que debe haber sido una linda época, y cuando todo se termino de seguro debe haber sido triste...
Me gustó mucho este post.
Bellos recuerdos de cuando no todo era negocio y afán de lucro, como demuestra ese sistema de venta de libros. En mi biblioteca también duerme algún ejemplar de ese colección.
ResponderEliminarAtaulfa, el editor de libros del tipo Manuel Aguilar es una especie extiguida en aras del negocio de vivir del libro.
ResponderEliminarAhí tienes a escritores que publican un libro casi cada mes y nadie dice nada sobre la imposibilidad de tal cosa.
Se hace una buena campaña publicitaria, se le coloca la etiqueta de gran obra, y a vender ejemplares. Sencillamente lamentable.
besos y mis mejores deseos para este año
Carla si produce cierta tristeza ver como ha acabado la aventura de Aguilar.
ResponderEliminarPero "fijáte" que más que el cese del sistema de ventas tan doméstico, lo que me apena más es a lo que ha dado paso.
Como le explicaba a Ataulfa, se ha mercantilizado el libro. Se ve como un negocio más, alejado de esa pasión por lanzar una nueva obra, algo que antes era todo un acontecimiento.
Eso si que es verdaderamente nefasto.
Besos y espero que este año te sea propicio.
Tienes razón Aro, es horrible que hasta los libros hayan caído en la putrefacción de ser un simple negocio del que viven algunos.
ResponderEliminarLo malo es que no parece que vaya a cambiar en el futuro. Todo lo contrario.
feliz año y un abrazo
La vieja colección Crisol, así como la vieja colección Austral eran un placer para los que nos iniciábamos en la lectura. Por cierto, ¿hay algo similar ahora en papel? Pues eso, que tendremos que convertirnos en abuelos-cebolleta para ver si cuaja.
ResponderEliminarLo triste es la pobre calidad de los Crisolines una vez que desapareció Aguilar, no más papel biblia ni piel. Y un grosor que los hace chuscos.
ResponderEliminar