Foto: Txema
El viajero es consciente de que el otoño le produce cierta tristeza. Nos ha contado, ahora que lo conocemos un poco mejor, que lo que más le inquieta es la prematura falta de luz en los atardeceres.
Podemos descartar que tenga miedo a la oscuridad porque el viajero definitivamente no es un hombre asustadizo. Tiene a la falta de luz el mismo horror que los ciegos tienen a su ceguera. Sólo eso.
Ama la claridad y aprecia su valor frente a las tinieblas.
El viajero detuvo su paseo para contemplar los contrastes que la luz del sol provocaba en la vegetación, los juegos de luces de mil tonalidades que, mezclados con los sonidos del agua, producían en su mente un recuerdo especial: luz y sonido.
Se acordó de su juventud y se dio cuenta de que cada otoño también le recuerda que su vida declina; que cada año son menores los contrastes en su interior y que, a diferencia de la vegetación que podía ver ahora a su alrededor, él no rejuvenecía jamás. Sabe que cada otoño se apaga algo más la luz de su mente y se alejan los sonidos. Y tiene miedo.
El viajero se sintió un poco desolado y, sin volver la vista atrás, siguió su camino.
martes, 11 de octubre de 2011
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También a mí me gusta la luz, la luminosidad, y su falta prolongada me entristece. Pero el otoño es una estación hermosa (me gustan todas y sólo excluiría el sofocante calor del verano), la naturaleza se viste de colores muy cálidos y la intimidad se recupera al amparo de la camilla y de un dulce sillón, ¿no te parece?
ResponderEliminarEn cuanto al resto de la meditación, es cierto que perdemos muchas cosas con los años; pero, también, ganamos otras, como prudencia, sabiduría, paciencia, tolerancia, etcétera.
Un abrazo muy grandote, Txema.
Gracias Isabel. Tal vez porque nací en noviembre me afecta, como al viajero, el otoño de una forma especial. La falta de luz me produce una gran tristeza, aunque reconozco que los colres son muy sugerentes.
ResponderEliminarbesos
Por cierto Isabel, cada vez creo que es menor el numero de personas que ganan todas esas cualidades de las que escribes con el paso de los años.
ResponderEliminarHoy estoy pesimista. Jajaja
Más besicos
Redondo, Txema. Un ejercicio de condensación nada fácil porque siempre este tipo de sensaciones es lo más complicado de fijar literariamente (casi siempre se cae en la falacia patética de la que tanto se abusa). Me ha gustado tanto desde el punto de vista literario desde el introspectivo (¿pueden ir separadas ambas formas, ahora que lo pienso?). Pero es cierto lo que dice Isabel: ganamos en otras cosas, todas ellas de un enorme peso específico.
ResponderEliminarAdoro el invierno y no me molesta el otoño. Una amiga murciana, que no es nuestra Isabel, sino una profesora con la que hice mucha amistad, destinada a un pueblo de la Catalunya profunda, decía que los catalanes somos "tardorencs". Supongo que tiene parte de razón. Pero también es cierto que, aunque me gusta el invierno, el frío, y adoro el color de las hojas cuando mueren (Edith Piaf en la memoria, ya sabes...) también es verdad que cierto año tuve mi primera crisis por ese motivo. Fue cuando cumplí los 35. Y pensé, vale Ramon, ens comencem a fer vells. Un abrazo enorme.
Yo en cambio vivo el otoño como la oportunidad de recuperar la placidez, la serenidad, el silencio. Me gusta cómo huele, su paisaje, su tibio sol.
ResponderEliminarEs verdad que el tiempo se lleva muchas cosas, pero, como dice Isabel, yo solo pienso en lo que me trae.
Un abrazo.
Cuando se apaga la luz no te queda nada más que tú mismo. Y eso -estoy de acuerdo- sí que da miedo.
ResponderEliminarEast gracias por lo de "redondo". Eres un exagerado. Jajaja. Lo de la crisis de los 35 lo pasé hace tanto tiempo que ya ni lo recuerdo.
ResponderEliminarNo creo que en Catalunya exista una atracción especial por el otoño, aunque es posible que en comparación con una murciana pueda dar esa impresión.
Y ahora para todas:
En realidad, por lo que sé del viajero, no es que deteste el otoño, sencillamente le produce tristeza. Sinceramente creo que no es lo mismo.
Me da la impresión de que al viajero le asusta el paso del tiempo, la pérdida de los sentidos, que, por algún motivo él identifica con el otoño.
Se siente quizás más próximo (sin desearlo) a la muerte que relaciona con la oscuridad. Supongo que por eso nos habla de las tinieblas.
Tal vez el viajero no sepa asumir el paso del tiempo y tampoco sea capaz de entender que como sostienen Mercedes e Isabel también trae cosas valorables.
Es posible que, efectivamente, tenga un miedo reverencial a si mismo. No conozco al viajero tanto como para poder afirmar algo tan contundente.
Grcias
El otoño... tiempo de nostalgia, días que son noches, y tiempo de frío, de abrigarse, de refugiarse, no me gusta el otoño porque prefiero el calor y el sol.
ResponderEliminarUn beso.
Si, el otoño es tiempo de nostalgia y de refugio.
ResponderEliminarBesos María
Pues sí que estamos bien caballero. Como nos dé a todos por ponernos otoñales...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Txema.
Querida condesa, no es que nos dé, es que sencillamente somos otoñales.
ResponderEliminarBesos
Es tiempo de ensimismarse para acompañar al otoño. O mejor, para llamarlo, que ya tarda.
ResponderEliminarPues el otoño en Burgos amigo Pedro ya es duro, ya. Pasear por el Espolón requiere valor.
ResponderEliminarUn abrazo
Jajaja, es cierto. Pero, por el momento, prefiero no alardear. ;-pp.
ResponderEliminarYo todavía ando estivalera. Déme unos cuantos días para que vaya haciéndome a la idea.
Un abrazo.
PD Tengo para Vd. una versión "variable". Ya me dirá cómo y cuándo le hago el traspaso.
Pues deme tiempo porque de aquí a final de mes va a ser muy complicado.
ResponderEliminardese por besada
A esta viajera le parece exquisita tu meditación. Una bella manera de reflexionar sobre el paso del tiempo.
ResponderEliminarBesos
Pues muchas gracias viajera, eres muy amable.
ResponderEliminarBesos