sábado, 1 de octubre de 2011

EL HOMBRE DEL ACORDEÓN

El viajero, de quién ya antes hemos conocido algo, divisó, mientras caminaba despacio, a unos pocos metros de él, a un hombre sentado en una pequeña silla y con un acordeón sobre las piernas. Se dio cuenta de que las personas que andaban por allí procuraban separarse lo más posible del hombre.

Cuando llegó a su altura, se detuvo y buscó instintivamente en su bolsillo algunas monedas para dárselas, porque el viajero es solidario, dentro de sus posibilidades, con las necesidades de otros.

Pero, el hombre del acordeón le detuvo con un gesto y le preguntó que por qué le daba esas monedas.

El viajero, algo sorprendido, contestó que había pensado que esas monedas le podrían ser de alguna utilidad.

El hombre contestó que, efectivamente, esas monedas le serían de gran utilidad pero que él estaba allí para tocar el acordeón y no para recibir limosnas y que si después de escucharlo, quería entregarle algunas monedas por su trabajo, lo podría hacer libremente.

El viajero se sentó en el suelo frente al hombre del acordeón y escuchó. Al acabar de tocar, el viajero se levantó y sin decir nada se fue.

Algunos días después, el viajero volvió a encontrar al hombre del acordeón en el mismo sitio y se dispuso a entregarle algunas monedas que el hombre del acordeón aceptó, al tiempo que le preguntó si quería escuchar alguna melodía.

Después de escuchada la interpretación, el viajero se levantó, se despidió del hombre del acordeón,  quien había comprendido que pedir no es siempre indigno y que la solidaridad no es lo mismo que la limosna.

El viajero, en adelante, siempre escuchará primero.


                                         Foto: Txema










4 comentarios:

  1. La dignidad siempre puede mantenerse, aun en las circunstancias más adversas, y tú lo demuestras con este precioso relato.
    Muy bonito, Txema, e instructivo, ya que enseña respeto.
    Un abrazo.

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  2. La verdad es que este relato está basado en un hecho del que fuí testigo. Lo he adaptado un poco para darle un carácter literario, pero nada más. La foto la tomé en Salamanca, muy cerca de la catedral nueva, donde ocurrió este pequeño incidente que, ciertamente, me dejó perplejo.

    En fin isabel, te agradezco tu amabilidad que, como siempre, me congratula.

    besicos

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  3. Qué interesante y acertada reflexión nos has traído, cuántas veces lo he pensado, ¿qué sentido tiene dar una limosna a un músico callejero si ni siquiera nos hemos parado a escucharlo? Con qué facilidad despojamos a los demás de su dignidad.
    Un abrazo.

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