Foto: Txema
Se fijó también en los pies, levemente fuera del calzado, sin duda para estar más cómoda y no distraerse de lo esencial (leer) y también se percató del contraste del blanco y el negro de su ropa y su pelo. Erguida y digna, la dama, leía.
Ya sabemos que el viajero, o al menos así lo intuimos, es dado a los recuerdos. No es de extrañar que, entonces, casi de forma inmediata, retrocediera más de 50 años en su vida y trajera a su mente un nombre: ¡Doña Julia!
Como consecuencia de este retroceso en el tiempo, rememoró su primer colegio; los techos muy altos, las lámparas de él colgadas, como una especie de gigantescos globos blancos, que alumbraban escasamente; los pupitres de madera desgastada con asientos duros y móviles en curiosos 90 grados; la pizarra enorme de color verdoso y el frío; el tremendo frío de las mañana mesetarias.
Doña Julia fue la primera maestra del viajero.
Esbozó un proyecto de sonrisa (habitual mueca en el viajero) al observar a la dama leer de aquella forma. ¿Qué pensaría doña Julia si estuviera allí? Ella, quien se afanaba tanto para que los niños, casi aún párvulos, no colocaran el dedo índice sobre los renglones para que aprendieran a leer sin necesidad de esa ayuda adicional.
El viajero fue regañado alguna vez por este motivo por la propia doña Julia.
Pensemos que es muy posible que la dama tenga ya los años suficientes como para tener que ayudarse de alguna forma para no perder el hilo de la lectura. También puede ocurrir que su vista falle o, sencillamente, estuviera deslumbrada por el sol, pese a las gafas oscuras delante de sus ojos. El viajero, comúnmente discreto, no indagó sobre esta cuestión.
Doña Julia entendería esas posibles circunstancias de la dama como entendió las de los niños.
El recuerdo de doña Julia le emocionó y se dio cuenta de la gran necesidad que hay de personas como ella para que los niños puedan llegar a ser observadores y viajeros.
El viajero tomó su libro, lo abrió por la página por la que había abandonado la lectura al ver a la dama, y prosiguió la misma con el índice marcando los renglones a la espera de que doña Julia viniera a recordarle cómo se debe leer.
Seguramente, doña Julia tenía valores más elevados e importantes que el simple hecho de amonestar a los niños que seguían la lectura ayudados por los dedos, por eso la recuerda el viajero al ver a la señora leyendo. Lo importante es que transmitió a sus alumnos el amor por la lectura. El viajero lo sabe, por eso ahora sigue el texto con su dedo.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.
Gracias Mercedes. El viajero sabe que sin doña Julia el no habría sido un viajero jamás.
ResponderEliminarFeliz fin de semana también.
Estupendo relato.
ResponderEliminarBicos
Una delicia, pasada por el tamiz de la nostalgia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encanta el detalle de medio sacar los pies de los zapatos. Significa que ahí se queda por un rato, sin intención de levantarse, porque está también ella viajando.
ResponderEliminarEntrañable y muy dulce tu semblanza.
ResponderEliminarImagino la escena, la placidez de un parque, la emoción al contemplar a la que podría ser la antigua maestra...
Precioso, Txema.
Miles de besos.
Gracias Dilaida.
ResponderEliminarBicos
Freia, lo mismo te digo, gracias.
Besos
East, una de las cualidades del viajero es que es observador.
Una abraçada
Pues si Isabel, la dama lectora daba una total apariencia de placidez, absoltamente aislada de todo lo que no fuera el libro.
y para ti besicos.
Me emocionan mucho tus relatos, incluso pienso, estimado Txema, que deberías abandonar toda otra actividad en favor de la narrativa que tan espléndidamente "elaboras".
ResponderEliminarEse recuerdo nostálgico de doña Julia y tu descripción de la lectora, es verdaderamente brillante.
Si volviera al mundo de la edición, quizás en mi próxima reencarnación, prometo hacerte una propuesta de publicación. ¿Te parece?
Besos
En la vida de todos hay una doña Julia.
ResponderEliminarQuerida Carmen me parece que exageras. Pero, en todo caso, te agradezco igulmente tu oferta para el futuro. Como ya le he dicho a nuestro común amigo East, el único mérito del vaijero es ser observador. Nada más.
ResponderEliminarSobre la brillantez de la naración, pues igualmente te digo que procuro hacerlo de la forma más sencilla posible.
En cuanto a abandonar mis otras actividades lo stoy pensando muy seriamente desde hace tiempo.
besos.
En realidad, en esta ocasión, creo que lo que el viajero ha pretendido rendir un homenaje a todas las doñas Julia y más ahora que algunos quieren denostar su actividad.
ResponderEliminarSaludos
Entrañable tu relato con nostalgia, todos recordamos con cariño aquellas Doñas Julias que pasaron por nuestra vida. Un petonet.
ResponderEliminarHermosa manera de enhebrar el pasado y el presente. Cierras genial en el recuerdo del gesto que lo provocó.
ResponderEliminarSaludos.
Gèni, las doñas Julias han sido esenciales en nuestras vidas.
ResponderEliminarPetonets
Isabel muchas gracias. El viajero recuerda con gratitud a doña Julia, pese a las regañinas.
besos
Muchas gracias María, de verdad, muchas.
ResponderEliminarBesos
Cuántas veces he tenido enfrente una persona que me ha llevado de esta manera a la infancia. Qué buen relato.
ResponderEliminarGracias querido Pedro. A mi también me pasa muchas veces y creo que a medida que cumplo años, muchas más.
ResponderEliminarun abrazo
¡Qué maravilloso es poder recordar a una maestra con ese cariño y reconocimiento!
ResponderEliminarY sí, TXema, nos vemos en Madrid, la próxima vez.
Besos
Estaré muy contento de verte.
ResponderEliminarBesos Myr
Una forta abraçada.
ResponderEliminarMoltes gracies maca.
ResponderEliminarPetonets
Mi señorita Sarita me exijía lo mismo,al leerte pensaba en eso y luego lo comentaste de tu maestra ,me encantó el post y me lelvaste a mi primaria también ,gracias,me gustan tus fotos y el relato que acompaña es muy bueno tu blog!
ResponderEliminarMuchas gracias Hada Isol.
ResponderEliminarbesos