Foto: Txema Ruiz
El
viajero, con una cierta melancolía, contempló el espacio exterior a través de la ventana cerrada y comprobó que, a pesar de ser ya
invierno, unas llamativas flores resistían en los geranios. Por un momento
pensó que era este un esfuerzo de supervivencia extraordinario.
Al ver
esas flores resistentes reflexionó sobre si merecía la pena sobrevivir a su imagen y semejanza, incluso en la mayor adversidad.
Se
percató entonces de una cuestión esencial: su inmensa soledad, del vacío que lo rodeaba, de su rutina monocolor. Nada que ver con las flores arracimadas y multicolores.
En realidad su vida, su supervivencia diaria, era como el interior de aquella habitación oscura; una contradicción constante entre la penumbra encerrada entre esas tan conocidas cuatro paredes y la claridad del exterior que solo veía ocasionalmente, casi
siempre, a través de los cristales que de alguna forma, casi seguro sin desearlo, alteraban la realidad.
Se dió cuenta
de que para él, la cuestión de la
supervivencia, había cambiado de forma
radical. Unos años atrás, no necesariamente demasiados, todavía era capaz de hacer planes para
el largo tiempo; proyectos que, necesariamente, engendraban supervivencia, una
cierta forma de fe.
Ahora,
ya se conformaba con ir apurando etapas cada vez más cortas, que pese a todo, consideraba logros merecedores de regocijo.
Aún así, no era capaz de llegar a la
conclusión de si merecía la pena sobrevir, para disfrutar aún de esos breves espacios de
tiempo.
Pensar
en lo qué hacer el año que viene, había dejado paso a qué hacer a la primavera que viene y, al
llegar ésta, esperar con serenidad la llegada del verano. El tiempo era cada
vez más apremiante y seguramente escaso, y los planes más condicionados.
El
viajero se percató de que en su afán de supervivencia estaba cada vez más
obligado a convivir solo con sus recuerdos e, incluso llegaría el día en el que ya no quedarían ni ellos. Entonces, ¿era eso lo que llaman sobrevivir?
Se levantó
lentamente y se acercó a la ventana, miró las flores con cierta empatía y
pensó en la mujer que también amaba las flores. y entonces si creyó en la necesidad de sobrevivir.