sábado, 22 de enero de 2011

EL VIAJERO

El viajero estaba en verdad muy fatigado, casi al limite de sus fuerzas. El cansancio era tanto que ya ni se acordaba cuántas jornadas llevaba caminando sólo; ni siquiera era capaz de recordar cuándo había empezado su recorrido, ni desde dónde. El viajero estaba al borde de la derrota.

Sólo era capaz de rememorar que todo había empezado allí donde el frío entra en los huesos, donde la existencia de la belleza es casi una leyenda de la que algunos hablaban con dolor e incertidumbre.

Había salido para encontrarla. Sabía que estaba esperándolo en algún sitio; quizás lejano y en la más absoluta soledad. Allí donde sólo se escucha el silencio porque la belleza no es frecuente.

Pero,  ahora,  tan cansado y tan solo,  el viajero empezaba a pensar que no existía. Que los ancianos habían tenido razón al desaconsejar su intento de buscarla porque -además- si la encuentras qué harás con ella,  decían.

El viajero, estaba en sus cuitas, cuando creyó distinguir algo luminoso que interrumpía con su color la monotonía del horizonte grisáceo.

Se aprestó para acercarse con cautela ante la posibilidad de sufrir un nuevo espejismo. Rememoró con tristeza otras ocasiones en las que creyó haber llegado donde estaba ella.

Pero no,  esta vez no era un espejismo. Había frente a él una especie de tabernáculo, algo indefinible, inmaculadamente blanco, sin una sola mancha, perfecto. El viajero entró.

Tardó en acostumbrar sus ojos a la luz, ahora muy brillante pero, desde el primer momento,  el viajero supo que había llegado, que aquella a quien buscaba estaba allí porque esa luz y ese aroma sólo podía ser de ella.

Cuando por fin sus ojos pudieron distinguir, la vio dormida, bella, pálida, profunda. Sus labios, ligeramente abiertos,  expresaban como una sonrisa de bienvenida.

Entonces, el viajero se sentó sin decir nada. Tomó agua fresca de una vasija y esperó silencioso para no despertar a la bella. Se quedó dormido. El viaje de su vida había concluido.

martes, 18 de enero de 2011

PARLEZ-MOI D'AMOUR

Esta entrada va a ser muy breve. Podría incluso prescindir perfectamente de las palabras que,  muy probablemente, sobran.

Basta con escuchar, basta con leer.  



                       Mon bel amour, mon cher amour ma déchirure

                  Je te porte dans moi comme un oiseau blessé.
                 Et ceux-là sans savoir nous regardent passer.
                 Répétant après moi les mots que j'ai tressés.
                Et qui pour tes grands yeux tout aussitôt moururent.
                Il n'y a pas d'amour heureux.
 
                                                             ------
 
                 Il n'y a pas d'amour qui ne soit à douleur.

                Il n'y a pas d'amour dont on ne soit meurtri.
               Il n'y a pas d'amour dont on ne soit flétri.
              Et pas plus que de toi l'amour de la patrie.
              Il n'y a pas d'amour qui ne vive de pleurs.
             Il n'y a pas d'amour heureux.
             Mais c'est notre amour à tous les deux.


Louis Aragon





domingo, 16 de enero de 2011

PLOP, PLOP, PLOP

Algunos sonidos, pese a que no lo son en sentido estricto, recuerdan a la música celestial. Tienen unos efectos evocadores que, o bien nos hacen rememorar momentos agradables,  o bien nos preparan para disfrutar de instantes que se suponen ciertamente inmejorables. 


Nuestra joven y bella Menda dice que soy un sibarita. Bueno, sin llegar a tanto, he de reconocer que me gusta la buena comida y, aún más, acompañarla de un buen vino. Esto ya lo he contado más veces,  así que no voy a insistir. Pero no sólo eso; creo que comer debe traspasar el mero hecho necesario para el sustento diario, o para el desarrollo físico. Comer es un arte y, como tal, debe ir acompañado convenientemente de un cierto ritual. Lo otro es engullir.

De la misma forma que un buen cuadro tiene,  al menos así lo creo,  que tener un marco adecuado, no concibo una comida apetitosa y placentera que no tenga sus aditamentos y adornos. ¿Sibaritismo? Puede ser...

Pero me estoy desviando del tema.  Así que voy al grano.

Hace un par de semanas, para celebrar que hemos sobrevivido a los fastos de Navidad y Año nuevo, organicé para familiares cercanos una celebración sabrosona: unos judiones de La Granja (Segovia) con sus insustituibles sacramentos.

Y aquí es donde entra el maravilloso plop, plop, plop, que no es otra cosa que esa,  casi imperceptible sinfonía,  que durante horas interpretan esas maravillosas legumbres al hervir en su correspondiente puchero de barro. Dos elementos tan sencillos nos deleitan,  si nos acercamos con buena intención y respeto, el oído. ¡ Sensacional melodía!

Los preparé en la lumbre de leña, cuestión que no tiene más misterio pero que si requiere bastante paciencia porque hay que estar muy pendiente de que el fuego sea siempre regular y,  sobre todo,  no se apague porque echaría a perder el hervor y con ello el producto final.


El plop, plop, plop se convierte así en una especie de preludio o de obertura magnífica de un concierto en que la alubia es elevada a la categoría de concertina,  mientras que el el tocino,  la morcilla y los chorizos establecen un diálogo con ella en un melodioso en tono mayor y  "sostenuto".

En fin,  que a la hora, de acudir a la sala de conciertos,  es decir al cenobio, ya estaban allí preparados los escuchantes, dispuestos a terminar con los judiones, regados con un buen Rioja y , para mi satisfacción como director de esa orquesta efímera,  aseguro que prácticamente nada quedó en la olla, como pueden comprobar en la foto.  Magnífico alegro con fuoco como movimiento final.  

jueves, 13 de enero de 2011

DÍ PAPA

Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que la cursileria fue elevada a la máxima categoría del ambiente cultural hispano. Era una de las divisas de aquella España ñoña y bastante ramplona que, dirigida desde los púlpitos y los cuarteles, quería ser la eterna reserva espiritual de Occidente. La música, evidentemente, no podía ser una excepción en aquel panorama.

Sería, sin embargo, injusto descalificar a todos los autores de forma global y lanzar sobre ellos el estigma de lo hortera y de la estulticia: se hicieron trabajos muy meritorias y mucho más si se tiene en cuanta las condiciones en las que se trabajaba, con una censura agobiante que no daba el más mínimo respiro..

Pero también, lógicamente en el lado contrario, y posiblemente sin mala intención y sin ni siquiera intentar medrar a costa de someterse a los dictados del poder, hubo algunos que hicieron cosas algo disparatadas y que hoy nos parecen chuscas.

La música ha tenido un gran importancia a lo largo de mi vida: ha sido una pasión, una emoción, una amiga y otras muchas cosas más que sería absurdo intentar definir. Recuerdo muy bien la primera vez que escuché la Internacional o Els Segadors. Inolvidable. Son momentos difíciles de olvidar.

También, por supuesto, hubo momentos para otras músicas, de las que se llaman, ignoro por qué, ligeras. Algunas de ellas y sus autores ya han sido rememoradas: el Dúo Dinámico, Serrat, Víctor Manuel y su inefable abuelo, Miguel Ríos y otros muchos de mejor o peor calidad.

Pero, así, de repente, me he acordado de una cancioncita muy cursi, hasta extremos casi inconcebibles, que hizo furor durante un tiempo: la cantaba un artista catalán, que aún vive y su hija Rosa Mari. Fue el mejor exponente de una época y una forma de enfocar la vida: José Guardiola, Rosa Mari y dí Papá.
 
 
 

martes, 4 de enero de 2011

EL MARINERO KOWALSKY


KOWALSKY

Es muy poco probable que Carla Kowalsky recuerde quién fue el marinero del mismo apellido. Los motivos son que es muy joven y que, posiblemente, en la República Argentina no se vieran las películas que hicieron famoso a este navegante de submarino de los Estados Unidos. Aunque esto último es una mera suposición.

El tal Kowalsky, encarnado por un actor secundario llamado Del Monroe, era uno de los tripulantes del submarino “Seaview”, que surcaba los mares del mundo mundial y cada sábado sufría una aventura verdaderamente terrible, plaga de monstruos, tipos locos, ataques furibundos de seres extraños y algún sabotaje que otro. Un submarino nuclear que había sido diseñado por un almirante que se llamaba ¡Nelson!

Eran los años 60; malos para España, atrasada en todos los aspectos, con una buena parte de la población obligada a emigrar y buscar en otros países lo que aquí se les negaba. Por cierto, me pregunto si los que hoy tanto claman contra la presencia de inmigrantes en nuestra querida patria, tan pura racialmente como demuestra la historia, se acordarán de que sus padres o tíos fueron a Alemania, Francia o Suiza y gracias a eso ellos han podido llegar a estudiar, vivir en una casa propia, tener un coche y pasar las vacaciones en la costa.

Evidentemente sólo se disponía de un canal (en blanco y negro) y en algunas provincias ni siquiera tenían ese lujo porque los repetidores eran escasos y malos. Había zonas de difícil acceso que se quedaban sin señal a la más mínima inclemencia climática, como una podía ser una tormenta o lluvia fuerte. Y entonces a rezar, porque hasta que se solucionara el problema, podían pasar horas y días.

Recuerdo que, en esas ocasiones, salía una cartel que decía que se había interrumpido la emisión “por causas ajenas a nuestra voluntad”. La verdad es que era absurdo pensar que TVE tuviera la voluntad de dejar sin emisión a los españoles.

Otros se tenían que conformar con ir a ver la TV a un bar, a la casa del vecino, o, si vivía en un pueblo con cierta prestancia, al local del sindicato vertical o al casino, si es que lo había.

Así que los televidentes de aquella época estábamos deseando que llegaran las siete de la tarde (creo que era esa la hora de inicio) en que empezaba la serie “viaje al fondo del mar”, con el marinero Kowalsky y sus camaradas dispuestos a superar todas las pruebas que les pusieran por delante.

Visto lo visto, no sé si en realidad no hubiera sido mejor seguir con las aventuras del citado marinero y no tener que aguantar la basura generalizada en que han convertido la TV. Y que se salve quien pueda. Se suponía que la oferta mejoraría con muchos canales pero parece lo contrario.

Es verdad que eran series que hoy causarían algo de risa, como pasa con “historias para no dormir”, que ahora de nuevo reponen en Canal Plus (se nota que hay poco presupuesto). Pero, dentro de su sencillez, servían para entretener, para alejarnos durante 45 minutos de los problemas, en mi caso relacionados con el dichoso colegio y las no menos dichosas notas (no siempre las mejores).

Lo cierto es que hoy casi no puedo ver nada, salvo las noticias, y no en todos los canales, y algún documental a una hora casi siempre intempestiva.

Ciertamente me acuerdo muchas veces del marinero Kowalsky.